
ALVARO CORCUERA, L.C.
A los legionarios, consagrados, miembros y amigos del Regnum Christi.
Muy queridos hermanos y amigos en Cristo:
Quisiera volver a agradecerles sus oraciones, su cercanía y su ejemplo, que nos lleva a
Cristo. Pido mucho por ustedes, por cada uno, sabiendo que la oración es el mejor medio
para unirnos a Dios y entre nosotros. Experimento la fuerza de sus oraciones y la única
manera de agradecerles es ofrecer mi vida a Cristo por ustedes, por nuestra Iglesia, por la
Legión y el Movimiento en donde Dios nos ha llamado para llevar el Reino de Cristo y
para santificarnos siguiendo su plan.
Estamos ya muy cerca del Capítulo y de las Asambleas Generales. Es un momento de
oración y de buscar con todo nuestro corazón la acción de Dios en nosotros. En el Capítu-
lo, Dios nos irá guiando también con el nombramiento de nuestros superiores y por eso
ésta sería la última carta del día de Cristo Rey en la misión que Dios me confió.
Cristo Rey nos enseña que el modo de reinar es servir con humildad y mansedumbre
de corazón. Él nos fortalece en el cansancio, en el dolor, en la enfermedad y en las triste-
zas. Cristo reina en el corazón de cada uno iluminándolo, fortaleciéndolo, no dejándolo
envejecer, renovándolo todos los días.
Él reina desde la cruz. Es un camino misterioso y duro para nuestra naturaleza, pero
que nos llena el corazón de una profunda alegría y de paz. Todos los días amanecemos y
vivimos con el lema que nos une: ¡Venga tu Reino! Y ofrecemos nuestra vida para que
Cristo reine y le sigamos: “toma tu cruz cada día y sígueme”. Su corona fue de espinas,
sus llagas fueron las que nos curaron y su rostro de rey llegó a ser irreconocible por el
sufrimiento. Así quiere ser nuestro Dios y Señor, nuestro amigo y rey. Acudamos a Él,
que es manso y humilde de corazón. Con Él, el yugo es suave y la carga ligera. Bendita
cruz que nos salva, nos libera y nos hace ver cuánto nos ama Dios: hasta el extremo. Y si
Él nos ama, amémosle hasta el final. Pidamos este don a Dios Nuestro Señor.
He estado pidiendo luz a Dios sobre qué escribirles. Sinceramente me siento como un
hermano que no puede expresar con palabras lo agradecido que estoy con ustedes. Se me
ocurrió compartir juntos una oración a Cristo Rey. Es algo larga pero creo que nos puede
ayudar a estar unidos y llenos de alegría porque Cristo es el Rey del universo, el Rey de
nuestros corazones y porque su reinado es de amor.
Jesucristo, nos unimos en oración como hijos tuyos que te ofrecemos nuestra vida.
Gracias por inclinarte a nosotros para escucharnos y decirnos cuánto nos amas.
Jesucristo, ayúdame a fortalecer mi fe. Creo en Ti Jesús, pero aumenta mi fe. Creo en
Ti, Jesús, con todo mi ser. Creo en Ti, Jesús, no como una idea o como algo puramente
ÁL V A R O CO R C U E R A, L .C .
escrito. ¡Creo EN TI! En mi Señor, mi amigo, mi Redentor; en Ti, en tu persona, en la
Santísima Trinidad. Gracias, Jesús porque esta fe, aunque débil, nos llena de paz, nos
libera de todas nuestras incertidumbres; nos hace ver que todo pasa, que los medios pa-
san y que son sólo medios que nos llevan a Ti, Dios y Señor. Gracias. Queremos dejar-
nos guiar por Ti, Buen Pastor, por el don de la fedejarnos en tus manos, abandonarnos a
tu Voluntad amorosa, vivir en tu Corazón. Concédeme una fe, Jesús, que no tenga lími-
tes, que mueva las montañas y suavice mi corazón endurecido, que no se canse de admi-
rarte, que en todo descubra un don y un regalo, una ocasión para decirte: ¡creo en Ti y
quiero seguirte hasta el final, Jesús!
Jesucristo, rey de nuestras vidas, ayúdame a confiar con todo mi ser. Jesús, manso y
humilde de corazón, espero y confío totalmente en Ti. Desconfío de mí mismo, me conoz-
co y por eso, confío aún más en Ti y eso me lleva a confiar también en mí, porque Tú es-
tás en mí y en tus hijos que hemos recibido el Bautismo. Confío, Jesús, ayúdame a recha-
zar la duda o la falsa prudencia, a lanzarme y arriesgar todo, a lanzar las redes, como
les dijiste a los apóstoles. Confiar donde parece que no hay fruto, que no hay pesca;
cuando oscurece y el alma quiere entristecerse; cuando goza y sabe que siempre hay
ocasos… ¡ayúdame a confiar siempre en Ti! Ayúdame a esperar en Ti, Jesús, rey de
nuestras vidas, para no tener falsas seguridades, excesiva seguridad en mí mismo o en
los medios. Tú apacientas las tormentas, aplacas los vientos, calientas lo frío, suavizas lo
duro, consuelas, animas, eres Todopoderoso y a la vez, te haces débil para saber que
somos fuertes en Ti.
Jesucristo, te amo con todo mi corazón. Te amo porque Tú me amas primero, porque
me amaste hasta el extremo, reinando en la cruz más terrible, sola, ingrata, penetrante
hasta lo último de tu ser. ¡Y todo por mí, porque me amas! Tú tocas a la puerta de mi
hogar, tantas veces distraído u ocupado en otras cosas; tocas día y noche para entrar en
mi corazón y decirme que me amas. Señor, no necesito ni quiero nada. Solo Tú, Jesús,
solo Tú, Señor de mi vida, Padre, Amigo, Hermano, TODO. Estar sin Ti, Jesús, es como
la vida sin oxígeno, sin el latir del corazón. Contigo todo es luz, todo es paz, todo se con-
vierte en amor. ¡Eres tan bueno, Jesús! No permitas que me separe de ti, por favor. No
quiero que se endurezca mi corazón, no quiero perder el amor primero, ayúdame a reno-
varlo todos los días y a no cansarme de agradecerte y de decirte que te quiero, que te
quiero mucho, que te quiero con todo mi ser y que prefiero mil veces morir antes de per-
der tu amistad. Dame el amor de los mártires, de los santos apóstoles a quienes debemos
que nos haya llegado tu palabra viva. Ayúdame, Jesús a amarte tanto que arriesgue todo
por Ti sin límites, sin dudas, sin miedo. ¡Sabemos que el amor es más fuerte!
Jesucristo, Señor nuestro, ¿de qué serviría este amor si no tuviésemos amor hacia el
prójimo, si no te viésemos en cada hombre, hijo tuyo y hermano nuestro. Ayúdanos a vi-
vir tu mandato sabiendo que es precisamente un mandato, que nos mandas amar y que
así, anhelas nuestra felicidad. Amar al prójimo, dar la vida por el hermano, no sólo en
ÁL V A R O CO R C U E R A, L .C .
las cosas grandes, sino en lo ordinario y pequeño de cada día. Que Tú ames desde nues-
tros corazones, sin que esperemos nada a cambio, que nuestros pensamientos sean los
tuyos y que nuestras palabras reflejen tu amor. Que nuestras palabras siempre den alien-
to, consuelo, bondad, ánimo. Tú quieres amar y sonreír desde nuestros corazones. Ayú-
dame a ser universal en mi caridad, a no despreciar a nadie ni siquiera en lo más peque-
ño; a ser apóstol del hablar bien y de rechazar con todo mi ser lo que hiera al hermano
con palabras, gestos o silencios; a crearles buena fama, a pedir perdón con rapidez, con
humildad y sinceridad. Si en algo me ofenden, Señor, ayúdame a seguir tu ejemplo, a
nunca guardar un rencor, a tener al hermano como superior y mejor a mí. Ayúdame a
amarte tanto que pueda vencer mi orgullo, el egoísmo que mata, la vanidad que quiere
su propia gloria. Concédeme amarte tanto, Jesús, que cuando alguien me aprecie, en
realidad te quiera a Ti; que el rechazo sea para mí, pero que en mí te amen y te quieran,
te descubran, se entreguen a ti, que eres puro amor.
Jesucristo, te amo y te ruego que me hagas un apóstol incansable de tu amor. Dame la
pasión de amar y transmitir tu amor, de sembrar sin protagonismo para que todo el
mundo te conozca, te quiera y siga tu ejemplo, empezando por transformar para bien el
ambiente donde Tú, en tu Providencia, me colocas. Que sepa amarte sin condicionarme
por la opinión ajena, sabiendo que ni seré mejor porque me quieran ni peor porque no
me quieran. Que mi amor sea limpio, puro, firme en la tribulación y, sobre todo, Jesús,
fiel, fiel como el de María al pie de tu cruz. Que tu amor me ayude a nunca acostum-
brarme a verte clavado, herido, golpeado, humillado. Mil veces, Señor, gracias. Todo fue
por mí.
Jesucristo, por último, gracias por darnos a María, nuestra Madre. ¿Qué haríamos
sin Ella? Madre, Madre nuestra, de todos sus hijos. Ella nos enseña a amarte, nos ense-
ñó el camino del silencio como apertura luminosa a Ti, nos enseñó la paz en medio de las
pruebas, de la soledad y de las tristezas. Nos llena de valor, como hijos, como niños ante
el muro del temor o de lo que parece inalcanzable, nos enseña a creer, confiar, amar.
Cristo, rey de nuestras vidas, Padre, Hermano y Amigo. Tú eres todo para nosotros
tus hijos, te amamos con todo nuestro corazón.
Afectísimo en Cristo y el Movimiento,
A los legionarios, consagrados, miembros y amigos del Regnum Christi.
Muy queridos hermanos y amigos en Cristo:
Quisiera volver a agradecerles sus oraciones, su cercanía y su ejemplo, que nos lleva a
Cristo. Pido mucho por ustedes, por cada uno, sabiendo que la oración es el mejor medio
para unirnos a Dios y entre nosotros. Experimento la fuerza de sus oraciones y la única
manera de agradecerles es ofrecer mi vida a Cristo por ustedes, por nuestra Iglesia, por la
Legión y el Movimiento en donde Dios nos ha llamado para llevar el Reino de Cristo y
para santificarnos siguiendo su plan.
Estamos ya muy cerca del Capítulo y de las Asambleas Generales. Es un momento de
oración y de buscar con todo nuestro corazón la acción de Dios en nosotros. En el Capítu-
lo, Dios nos irá guiando también con el nombramiento de nuestros superiores y por eso
ésta sería la última carta del día de Cristo Rey en la misión que Dios me confió.
Cristo Rey nos enseña que el modo de reinar es servir con humildad y mansedumbre
de corazón. Él nos fortalece en el cansancio, en el dolor, en la enfermedad y en las triste-
zas. Cristo reina en el corazón de cada uno iluminándolo, fortaleciéndolo, no dejándolo
envejecer, renovándolo todos los días.
Él reina desde la cruz. Es un camino misterioso y duro para nuestra naturaleza, pero
que nos llena el corazón de una profunda alegría y de paz. Todos los días amanecemos y
vivimos con el lema que nos une: ¡Venga tu Reino! Y ofrecemos nuestra vida para que
Cristo reine y le sigamos: “toma tu cruz cada día y sígueme”. Su corona fue de espinas,
sus llagas fueron las que nos curaron y su rostro de rey llegó a ser irreconocible por el
sufrimiento. Así quiere ser nuestro Dios y Señor, nuestro amigo y rey. Acudamos a Él,
que es manso y humilde de corazón. Con Él, el yugo es suave y la carga ligera. Bendita
cruz que nos salva, nos libera y nos hace ver cuánto nos ama Dios: hasta el extremo. Y si
Él nos ama, amémosle hasta el final. Pidamos este don a Dios Nuestro Señor.
He estado pidiendo luz a Dios sobre qué escribirles. Sinceramente me siento como un
hermano que no puede expresar con palabras lo agradecido que estoy con ustedes. Se me
ocurrió compartir juntos una oración a Cristo Rey. Es algo larga pero creo que nos puede
ayudar a estar unidos y llenos de alegría porque Cristo es el Rey del universo, el Rey de
nuestros corazones y porque su reinado es de amor.
Jesucristo, nos unimos en oración como hijos tuyos que te ofrecemos nuestra vida.
Gracias por inclinarte a nosotros para escucharnos y decirnos cuánto nos amas.
Jesucristo, ayúdame a fortalecer mi fe. Creo en Ti Jesús, pero aumenta mi fe. Creo en
Ti, Jesús, con todo mi ser. Creo en Ti, Jesús, no como una idea o como algo puramente
ÁL V A R O CO R C U E R A, L .C .
escrito. ¡Creo EN TI! En mi Señor, mi amigo, mi Redentor; en Ti, en tu persona, en la
Santísima Trinidad. Gracias, Jesús porque esta fe, aunque débil, nos llena de paz, nos
libera de todas nuestras incertidumbres; nos hace ver que todo pasa, que los medios pa-
san y que son sólo medios que nos llevan a Ti, Dios y Señor. Gracias. Queremos dejar-
nos guiar por Ti, Buen Pastor, por el don de la fedejarnos en tus manos, abandonarnos a
tu Voluntad amorosa, vivir en tu Corazón. Concédeme una fe, Jesús, que no tenga lími-
tes, que mueva las montañas y suavice mi corazón endurecido, que no se canse de admi-
rarte, que en todo descubra un don y un regalo, una ocasión para decirte: ¡creo en Ti y
quiero seguirte hasta el final, Jesús!
Jesucristo, rey de nuestras vidas, ayúdame a confiar con todo mi ser. Jesús, manso y
humilde de corazón, espero y confío totalmente en Ti. Desconfío de mí mismo, me conoz-
co y por eso, confío aún más en Ti y eso me lleva a confiar también en mí, porque Tú es-
tás en mí y en tus hijos que hemos recibido el Bautismo. Confío, Jesús, ayúdame a recha-
zar la duda o la falsa prudencia, a lanzarme y arriesgar todo, a lanzar las redes, como
les dijiste a los apóstoles. Confiar donde parece que no hay fruto, que no hay pesca;
cuando oscurece y el alma quiere entristecerse; cuando goza y sabe que siempre hay
ocasos… ¡ayúdame a confiar siempre en Ti! Ayúdame a esperar en Ti, Jesús, rey de
nuestras vidas, para no tener falsas seguridades, excesiva seguridad en mí mismo o en
los medios. Tú apacientas las tormentas, aplacas los vientos, calientas lo frío, suavizas lo
duro, consuelas, animas, eres Todopoderoso y a la vez, te haces débil para saber que
somos fuertes en Ti.
Jesucristo, te amo con todo mi corazón. Te amo porque Tú me amas primero, porque
me amaste hasta el extremo, reinando en la cruz más terrible, sola, ingrata, penetrante
hasta lo último de tu ser. ¡Y todo por mí, porque me amas! Tú tocas a la puerta de mi
hogar, tantas veces distraído u ocupado en otras cosas; tocas día y noche para entrar en
mi corazón y decirme que me amas. Señor, no necesito ni quiero nada. Solo Tú, Jesús,
solo Tú, Señor de mi vida, Padre, Amigo, Hermano, TODO. Estar sin Ti, Jesús, es como
la vida sin oxígeno, sin el latir del corazón. Contigo todo es luz, todo es paz, todo se con-
vierte en amor. ¡Eres tan bueno, Jesús! No permitas que me separe de ti, por favor. No
quiero que se endurezca mi corazón, no quiero perder el amor primero, ayúdame a reno-
varlo todos los días y a no cansarme de agradecerte y de decirte que te quiero, que te
quiero mucho, que te quiero con todo mi ser y que prefiero mil veces morir antes de per-
der tu amistad. Dame el amor de los mártires, de los santos apóstoles a quienes debemos
que nos haya llegado tu palabra viva. Ayúdame, Jesús a amarte tanto que arriesgue todo
por Ti sin límites, sin dudas, sin miedo. ¡Sabemos que el amor es más fuerte!
Jesucristo, Señor nuestro, ¿de qué serviría este amor si no tuviésemos amor hacia el
prójimo, si no te viésemos en cada hombre, hijo tuyo y hermano nuestro. Ayúdanos a vi-
vir tu mandato sabiendo que es precisamente un mandato, que nos mandas amar y que
así, anhelas nuestra felicidad. Amar al prójimo, dar la vida por el hermano, no sólo en
ÁL V A R O CO R C U E R A, L .C .
las cosas grandes, sino en lo ordinario y pequeño de cada día. Que Tú ames desde nues-
tros corazones, sin que esperemos nada a cambio, que nuestros pensamientos sean los
tuyos y que nuestras palabras reflejen tu amor. Que nuestras palabras siempre den alien-
to, consuelo, bondad, ánimo. Tú quieres amar y sonreír desde nuestros corazones. Ayú-
dame a ser universal en mi caridad, a no despreciar a nadie ni siquiera en lo más peque-
ño; a ser apóstol del hablar bien y de rechazar con todo mi ser lo que hiera al hermano
con palabras, gestos o silencios; a crearles buena fama, a pedir perdón con rapidez, con
humildad y sinceridad. Si en algo me ofenden, Señor, ayúdame a seguir tu ejemplo, a
nunca guardar un rencor, a tener al hermano como superior y mejor a mí. Ayúdame a
amarte tanto que pueda vencer mi orgullo, el egoísmo que mata, la vanidad que quiere
su propia gloria. Concédeme amarte tanto, Jesús, que cuando alguien me aprecie, en
realidad te quiera a Ti; que el rechazo sea para mí, pero que en mí te amen y te quieran,
te descubran, se entreguen a ti, que eres puro amor.
Jesucristo, te amo y te ruego que me hagas un apóstol incansable de tu amor. Dame la
pasión de amar y transmitir tu amor, de sembrar sin protagonismo para que todo el
mundo te conozca, te quiera y siga tu ejemplo, empezando por transformar para bien el
ambiente donde Tú, en tu Providencia, me colocas. Que sepa amarte sin condicionarme
por la opinión ajena, sabiendo que ni seré mejor porque me quieran ni peor porque no
me quieran. Que mi amor sea limpio, puro, firme en la tribulación y, sobre todo, Jesús,
fiel, fiel como el de María al pie de tu cruz. Que tu amor me ayude a nunca acostum-
brarme a verte clavado, herido, golpeado, humillado. Mil veces, Señor, gracias. Todo fue
por mí.
Jesucristo, por último, gracias por darnos a María, nuestra Madre. ¿Qué haríamos
sin Ella? Madre, Madre nuestra, de todos sus hijos. Ella nos enseña a amarte, nos ense-
ñó el camino del silencio como apertura luminosa a Ti, nos enseñó la paz en medio de las
pruebas, de la soledad y de las tristezas. Nos llena de valor, como hijos, como niños ante
el muro del temor o de lo que parece inalcanzable, nos enseña a creer, confiar, amar.
Cristo, rey de nuestras vidas, Padre, Hermano y Amigo. Tú eres todo para nosotros
tus hijos, te amamos con todo nuestro corazón.
Afectísimo en Cristo y el Movimiento,