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EL SENTIDO DE LA FE

11/24/2013

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ALVARO CORCUERA, L.C. 

A los legionarios, consagrados, miembros y amigos del Regnum Christi. 
Muy queridos hermanos y amigos en Cristo: 
Quisiera volver a agradecerles sus oraciones, su cercanía y su ejemplo, que nos lleva a 
Cristo. Pido mucho por ustedes, por cada uno, sabiendo que la oración es el mejor medio 
para unirnos a Dios y entre nosotros. Experimento la fuerza de sus oraciones y la única 
manera de agradecerles es ofrecer mi vida a Cristo por ustedes, por nuestra Iglesia, por la 
Legión y el Movimiento en donde Dios nos ha llamado para llevar el Reino de Cristo y 
para santificarnos siguiendo su plan. 
Estamos ya muy cerca del Capítulo y de las Asambleas Generales. Es un momento de 
oración y de buscar con todo nuestro corazón la acción de Dios en nosotros. En el Capítu-
lo, Dios nos irá guiando también con el nombramiento de nuestros superiores y por eso 
ésta sería la última carta del día de Cristo Rey en la misión que Dios me confió. 
Cristo Rey nos enseña que el modo de reinar es servir con humildad y mansedumbre 
de corazón. Él nos fortalece en el cansancio, en el dolor, en la enfermedad y en las triste-
zas. Cristo reina en el corazón de cada uno iluminándolo, fortaleciéndolo, no dejándolo 
envejecer, renovándolo todos los días. 
Él reina desde la cruz. Es un camino misterioso y duro para nuestra naturaleza, pero 
que nos llena el corazón de una profunda alegría y de paz. Todos los días amanecemos y 
vivimos con el lema que nos une: ¡Venga tu Reino! Y ofrecemos nuestra vida para que 
Cristo reine y le sigamos: “toma tu cruz cada día y sígueme”. Su corona fue de espinas, 
sus llagas fueron las que nos curaron y su rostro de rey llegó a ser irreconocible por el 
sufrimiento. Así quiere ser nuestro Dios y Señor, nuestro amigo y rey. Acudamos a Él, 
que es manso y humilde de corazón. Con Él, el yugo es suave y la carga ligera. Bendita 
cruz que nos salva, nos libera y nos hace ver cuánto nos ama Dios: hasta el extremo. Y si 
Él nos ama, amémosle hasta el final. Pidamos este don a Dios Nuestro Señor. 
He estado pidiendo luz a Dios sobre qué escribirles. Sinceramente me siento como un 
hermano que no puede expresar con palabras lo agradecido que estoy con ustedes. Se me 
ocurrió compartir juntos una oración a Cristo Rey. Es algo larga pero creo que nos puede 
ayudar a estar unidos y llenos de alegría porque Cristo es el Rey del universo, el Rey de 
nuestros corazones y porque su reinado es de amor. 
Jesucristo, nos unimos en oración como hijos tuyos que te ofrecemos nuestra vida. 
Gracias por inclinarte a nosotros para escucharnos y decirnos cuánto nos amas. 
Jesucristo, ayúdame a fortalecer mi fe. Creo en Ti Jesús, pero aumenta mi fe. Creo en 
Ti, Jesús, con todo mi ser. Creo en Ti, Jesús, no como una idea o como algo puramente 
ÁL V A R O CO R C U E R A, L .C .
escrito. ¡Creo EN TI! En mi Señor, mi amigo, mi Redentor; en Ti, en tu persona, en la 
Santísima Trinidad. Gracias, Jesús porque esta fe, aunque débil, nos llena de paz, nos 
libera de todas nuestras incertidumbres; nos hace ver que todo pasa, que los medios pa-
san y que son sólo medios que nos llevan a Ti, Dios y Señor. Gracias. Queremos dejar-
nos guiar por Ti, Buen Pastor, por el don de la fedejarnos en tus manos, abandonarnos a 
tu Voluntad amorosa, vivir en tu Corazón. Concédeme una fe, Jesús, que no tenga lími-
tes, que mueva las montañas y suavice mi corazón endurecido, que no se canse de admi-
rarte, que en todo descubra un don y un regalo, una ocasión para decirte: ¡creo en Ti y 
quiero seguirte hasta el final, Jesús! 
Jesucristo, rey de nuestras vidas, ayúdame a confiar con todo mi ser. Jesús, manso y 
humilde de corazón, espero y confío totalmente en Ti. Desconfío de mí mismo, me conoz-
co y por eso, confío aún más en Ti y eso me lleva a confiar también en mí, porque Tú es-
tás en mí y en tus hijos que hemos recibido el Bautismo. Confío, Jesús, ayúdame a recha-
zar la duda o la falsa prudencia, a lanzarme y arriesgar todo, a lanzar las redes, como 
les dijiste a los apóstoles. Confiar donde parece que no hay fruto, que no hay pesca; 
cuando oscurece y el alma quiere entristecerse; cuando goza y sabe que siempre hay 
ocasos… ¡ayúdame a confiar siempre en Ti! Ayúdame a esperar en Ti, Jesús, rey de 
nuestras vidas, para no tener falsas seguridades, excesiva seguridad en mí mismo o en 
los medios. Tú apacientas las tormentas, aplacas los vientos, calientas lo frío, suavizas lo 
duro, consuelas, animas, eres Todopoderoso y a la vez, te haces débil para saber que 
somos fuertes en Ti. 
Jesucristo, te amo con todo mi corazón. Te amo porque Tú me amas primero, porque 
me amaste hasta el extremo, reinando en la cruz más terrible, sola, ingrata, penetrante 
hasta lo último de tu ser. ¡Y todo por mí, porque me amas! Tú tocas a la puerta de mi 
hogar, tantas veces distraído u ocupado en otras cosas; tocas día y noche para entrar en 
mi corazón y decirme que me amas. Señor, no necesito ni quiero nada. Solo Tú, Jesús, 
solo Tú, Señor de mi vida, Padre, Amigo, Hermano, TODO. Estar sin Ti, Jesús, es como 
la vida sin oxígeno, sin el latir del corazón. Contigo todo es luz, todo es paz, todo se con-
vierte en amor. ¡Eres tan bueno, Jesús! No permitas que me separe de ti, por favor. No 
quiero que se endurezca mi corazón, no quiero perder el amor primero, ayúdame a reno-
varlo todos los días y a no cansarme de agradecerte y de decirte que te quiero, que te 
quiero mucho, que te quiero con todo mi ser y que prefiero mil veces morir antes de per-
der tu amistad. Dame el amor de los mártires, de los santos apóstoles a quienes debemos 
que nos haya llegado tu palabra viva. Ayúdame, Jesús a amarte tanto que arriesgue todo 
por Ti sin límites, sin dudas, sin miedo. ¡Sabemos que el amor es más fuerte! 
Jesucristo, Señor nuestro, ¿de qué serviría este amor si no tuviésemos amor hacia el 
prójimo, si no te viésemos en cada hombre, hijo tuyo y hermano nuestro. Ayúdanos a vi-
vir tu mandato sabiendo que es precisamente un mandato, que nos mandas amar y que 
así, anhelas nuestra felicidad. Amar al prójimo, dar la vida por el hermano, no sólo en 
ÁL V A R O CO R C U E R A, L .C . 
las cosas grandes, sino en lo ordinario y pequeño de cada día. Que Tú ames desde nues-
tros corazones, sin que esperemos nada a cambio, que nuestros pensamientos sean los 
tuyos y que nuestras palabras reflejen tu amor. Que nuestras palabras siempre den alien-
to, consuelo, bondad, ánimo. Tú quieres amar y sonreír desde nuestros corazones. Ayú-
dame a ser universal en mi caridad, a no despreciar a nadie ni siquiera en lo más peque-
ño; a ser apóstol del hablar bien y de rechazar con todo mi ser lo que hiera al hermano 
con palabras, gestos o silencios; a crearles buena fama, a pedir perdón con rapidez, con 
humildad y sinceridad. Si en algo me ofenden, Señor, ayúdame a seguir tu ejemplo, a 
nunca guardar un rencor, a tener al hermano como superior y mejor a mí. Ayúdame a 
amarte tanto que pueda vencer mi orgullo, el egoísmo que mata, la vanidad que quiere 
su propia gloria. Concédeme amarte tanto, Jesús, que cuando alguien me aprecie, en 
realidad te quiera a Ti; que el rechazo sea para mí, pero que en mí te amen y te quieran, 
te descubran, se entreguen a ti, que eres puro amor. 
Jesucristo, te amo y te ruego que me hagas un apóstol incansable de tu amor. Dame la 
pasión de amar y transmitir tu amor, de sembrar sin protagonismo para que todo el 
mundo te conozca, te quiera y siga tu ejemplo, empezando por transformar para bien el 
ambiente donde Tú, en tu Providencia, me colocas. Que sepa amarte sin condicionarme 
por la opinión ajena, sabiendo que ni seré mejor porque me quieran ni peor porque no 
me quieran. Que mi amor sea limpio, puro, firme en la tribulación y, sobre todo, Jesús, 
fiel, fiel como el de María al pie de tu cruz. Que tu amor me ayude a nunca acostum-
brarme a verte clavado, herido, golpeado, humillado. Mil veces, Señor, gracias. Todo fue 
por mí. 
Jesucristo, por último, gracias por darnos a María, nuestra Madre. ¿Qué haríamos 
sin Ella? Madre, Madre nuestra, de todos sus hijos. Ella nos enseña a amarte, nos ense-
ñó el camino del silencio como apertura luminosa a Ti, nos enseñó la paz en medio de las 
pruebas, de la soledad y de las tristezas. Nos llena de valor, como hijos, como niños ante 
el muro del temor o de lo que parece inalcanzable, nos enseña a creer, confiar, amar. 
Cristo, rey de nuestras vidas, Padre, Hermano y Amigo. Tú eres todo para nosotros 
tus hijos, te amamos con todo nuestro corazón. 
Afectísimo en Cristo y el Movimiento,

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PARA VIVIR EN SERIO

11/17/2013

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¿Consejos divinos?


No hace mucho circuló por la red este texto. Según el contenido, sería el mismísimo Dios quien habla. Decía: “Esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas. Te he hecho absolutamente libre. No hay premios ni castigos. No hay pecados ni virtudes. Nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro. No te podría decir si hay algo después de esta vida pero te puedo dar un consejo: vive como si no lo hubiera; como si ésta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir. Así, si no hay nada, habrás disfrutado de la oportunidad que te di. Y si lo hay, ten por seguro que no te voy a preguntar si te portaste bien o mal. Te voy a preguntar: ¿Te gustó?  ¿Te divertiste? ¿Qué fue lo que más disfrutaste? ¿Qué aprendiste? Yo te hice. Yo te llené de pasiones y limitaciones; de  placeres, sentimientos y necesidades; de incoherencias y libre albedrío ¿Cómo podría culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo podría castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal por el resto de la eternidad? Olvídate de mandamientos y de leyes; son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti”.



Por qué no es lo mismo


Quizá muchos simpaticen con el texto. De hecho, no carece de verdad. Dios sabe muy bien de qué pasta nos hizo y no se escandaliza de nuestros pecados. Por el contrario, según la Biblia, nos tiene paciencia y comprensión en abundancia. Y ciertamente nos quiere felices, ya desde esta vida. Pero afirmar que no hay pecados ni virtudes, ni marcadores ni registros, ni premios ni castigos, ni juicio ni cielo ni infierno, no sólo contradice la Biblia, también un innato sentido de justicia y seriedad existencial.



La conciencia: testigo insobornable


Quizá no sea Dios quien lleve el registro. La relación de virtudes y vicios la va tatuando cada uno en su conciencia. El juicio final no hará más que mostrar ese tatuaje moral delineado minuciosamente por nuestras decisiones libres. Porque la moralidad, antes que en un tribunal externo, tiene su sede en el sagrario interior de la conciencia. Ahí toman seriedad nuestras decisiones. Ahí percibimos, ante un testigo insobornable, que sí hay diferencia entre ser bueno o malo, entre ser virtuoso o vicioso, entre ser generoso o egoísta, entre ser justo o injusto. La conciencia moral es mucho más que un cálculo mental. En moralidad no es propio hablar de aciertos y errores sino de bondades y maldades.



Nuestra esencia es exigente


Cuando leo textos como el citado arriba me viene siempre la idea de que el hombre se confunde cuando piensa que para vivir en serio habría que optar por una vida sin seriedad. Pero eso es tanto como apostar por una vida humana sin humanidad. La moralidad es exigente porque nuestra condición humana lo es; porque nuestro crecimiento interior lo es; porque, en definitiva, nuestra felicidad lo es. La moralidad jamás será una exigencia inhumana. ¿Cómo podría serlo si es ella la piedra de toque de nuestra humanización? Son más bien las existencias superficiales, banales, evasivas, inmorales, las que no llevan a ningún lugar verdaderamente humano.



Para vivir en serio


La Iglesia Católica dedica los últimos días del año litúrgico a meditar en los novísimos; es decir, en las realidades que trascienden esta vida terrena: muerte, juicio, cielo, infierno, etc. Al hacerlo, no ignora la resistencia de ciertas mentalidades actuales. Pero no por ello renuncia a su enseñanza. Ella es experta en humanidad. Y sabe que la verdad y la belleza caminan juntas. Por eso no deja de predicar la seriedad de la vida; de otro modo no podríamos vivir en serio.



María, una madre exigente


María es la más dulce de las madres. No por eso es menos exigente. Porque nos ama, nos quiere cada vez más realizados, más plenos, más “humanos”. Ella nos alcance la gracia de parecernos cada vez más a su Hijo, Jesús, meta suprema de todo crecimiento humano.

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UNA VIDA NUEVA

11/10/2013

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¿Rehacer la vida?

Ciertas crisis nos ponen ante la encrucijada de “rehacer la vida”. Para el que sufre, cualquier posibilidad de cambio resplandece con un halo de esperanza. Y cuanto más desesperada es la situación, tanto más existe la tentación de tomar opciones radicales no necesariamente apropiadas y emprender aventuras que no llevan a ningún lado. De ahí la sabiduría de un principio prudencial: en tiempo de turbación o crisis no tomes decisiones trascendentes. Capotea como puedas la tormenta y espera la calma para tomar decisiones sensatas y ponderadas.

Volver a la vida

Para el cristianismo, no obstante, “rehacer la vida” es un concepto esencial. Cristo vino al mundo para que tengamos vida, y vida en abundancia. Obviamente, esta “abundancia” tiene una connotación más cualitativa que cuantitativa. Vivir en abundancia es vivir una vida plena. El concepto cristiano de la resurrección tiene que ver con esta novedad radical de la vida. Resucitar, en este sentido, significa “volver a la vida” tras cualquier forma de muerte que hayamos podido sufrir. Porque hay muchas maneras de morir en vida. Cada vez que se nos muere una ilusión, un proyecto, una amistad, un amor, “algo se muere en el alma” –dice una canción sevillana–. Ahora bien, no todo en la muerte es malo. “Sin la condición de la muerte –señalaba Vaclav Havel– no existiría nada parecido al sentido de la vida, y la vida humana no tendría nada de humano”.

Tres maneras de resucitar

La resurrección cristiana puede entenderse de tres maneras. La resurrección definitiva, la resurrección intermedia, y la resurrección antes de la muerte. La resurrección definitiva llegará al final de los tiempos con tres acontecimientos: la segunda venida de Cristo, la resurrección de la carne y el juicio final. La “resurrección intermedia” no es propiamente una resurrección, sino una subsistencia. El alma humana, al ser espiritual, no muere con la muerte corporal. El alma separada de nuestro cuerpo afronta en el mismo instante de la muerte un primer juicio: el juicio particular. Y, tras ese juicio, el alma separada pasa inmediatamente a gozar de Dios en el cielo, o a purificarse en el purgatorio o a sufrir en el infierno, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica (1022). Ahora bien, en esa etapa intermedia el alma se halla en un estado “innatural”, por estar “despojada” del cuerpo. Cuando éste resucite, al final de los tiempos, alma y cuerpo se unirán de nuevo, dando lugar a la resurrección definitiva de cada persona.

Una vida nueva en Cristo

La resurrección cristiana tiene una tercera acepción: vivir una vida nueva en Cristo ya desde esta tierra. Una vida que es tanto más plena cuanto más libre se experimenta a sí misma por vivir en la verdad y en el amor. No es todavía el gozo total del cielo, pero sí inicial, como en semilla, en germen. Los teólogos suelen referirse a esta condición con una frase sugestiva: “ya, pero todavía no”. Ya vivimos la vida nueva en Cristo, pero todavía no la experimentamos plenamente como será en el cielo. Ahora bien, F. Nietzsche criticaba a los cristianos de no tener “rostros de resucitados”. Y en cierto modo, tenía razón. ¿Puede ser creíble una religión que no hace felices a sus seguidores? Habría que decir, sin ningún temor, que un cristianismo sin alegría es una contradicción. Sólo habría que aclarar que esta alegría profunda, del corazón, es el fruto de un renacimiento; es la victoria de Cristo sobre uno mismo y sobre el mundo.
En la medida en que Cristo entre en nuestra vida con su vida, en esa medida experimentaremos la radical novedad de una vida “resucitada” ya aquí, en esta tierra, independientemente de las circunstancias concretas en que nos toque vivirla. Porque para el cristianismo no sólo los muertos resucitan; también los vivos.

La Madre que nos dio la vida nueva

Que María Santísima nos alcance la gracia de “vivir en Cristo resucitado”, en la espera dichosa de que se consume la obra de la redención.
Que Ella nos conceda repetir en nuestro corazón las palabras que siguen a la oración del Padrenuestro en la Misa: «Líbranos, de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo».

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EL ÁRBOL DE ZAQUEO

11/3/2013

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La metáfora

A Zaqueo un árbol le cambió la vida. Ya era rico y vivía holgado, pero se sentía pobre de ilusiones y ahogado en una rutina sin brillo ni horizontes. Reflexionaba junto a aquel árbol sobre el para qué de su vida.
Hace años, una revista de negocios utilizó la imagen de un árbol para mostrar una manera simple de evaluar nuevos prospectos. Las hojas del árbol son lo más vistoso. Representan los conocimientos. Hay quienes impresionan por lo amplio y tupido de su ciencia. Pero las hojas no son lo más importante. En el otoño de la vida, los conceptos y los datos van poco a poco desprendiéndose y cayendo en el olvido.
Después están las ramas. Representan las habilidades: artísticas, técnicas, sociales, deportivas, etc. Sin duda, cada habilidad hace a la persona más valiosa, útil y equipada. Pero tampoco las ramas son lo más importante. De hecho, a veces hay que podar el exceso de ramas para reconcentrar la fuerza vital en lo esencial.
El tercer elemento es el tronco. Representa la seguridad, estabilidad y solidez de la persona. Nuestra robustez psicológica y emocional depende de muchos factores, congénitos y educativos. También de la fe y confianza en Dios. Pero tampoco el tronco es lo más determinante. Hay árboles muertos que siguen en pie por muchos años: tienen tronco y ramas, pero no dan hojas ni frutos.
Las raíces del árbol representan los principios, valores y convicciones de la persona. Son las que sostienen y alimentan al árbol. Una persona sin valores ni convicciones es una persona sin raíces. Un vendaval circunstancial puede tumbarlo. Ahora bien, hay raíces sanas y las hay también enfermas. Cuando el hombre escoge valores equivocados, sus frutos son congruentes y resultan amargos o envenenados. “No hay árbol bueno que dé frutos malos ni árbol malo que dé frutos buenos”, decía Jesús.
Por último, está la savia. Corresponde a las motivaciones profundas; es decir, los amores que mueven y vivifican a la persona. Estamos, ahora sí, en el nivel más profundo y determinante de la calidad de una persona. La savia lleva la vida a todo el árbol, desde las raíces hasta las hojas. Las buenas motivaciones mantienen sana la vida, impregnada de ilusión y cargada de frutos.

La crisis de Zaqueo

Cuando Zaqueo reflexionó junto al árbol, cayó en la cuenta de que era culto, pero sus conocimientos no llenaban el vacío que sentía; era hábil pero sus habilidades sólo habían servido para defraudar, extorsionar y hacer dinero; su solidez personal se tambaleaba ante la coyuntura vital en que se encontraba; sus valores y convicciones eran raíces enfermas; y no sentía ya más la savia de la vida en su corazón: no tenía razones ni motivaciones para seguir viviendo.

Para ver a Jesús

Fue entonces cuando escuchó que Jesús pasaría por ahí, junto al árbol que él había estado contemplando como una gran metáfora de su vida. Zaqueo era pequeño de estatura. Para ver a Jesús, necesitaría ese mismo árbol, que de metáfora pasó a ser andamio. En cuanto estuvo arriba, captó inmediatamente la nueva perspectiva. No le importó el esfuerzo, la incomodidad o la vergüenza de que otros lo vieran ahí encaramado. La osadía valió la pena: Jesús superó todas sus expectativas: “Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me hospede en tu casa”.

Sentirse amado

Todo se revolucionó en el interior de Zaqueo: tuvo un nuevo e inesperado conocimiento de la vida; experimentó una nueva habilidad, que no tenía: la hospitalidad; se sintió fuerte como nunca; cambió sus valores de avaricia y ambición por los de la restitución y la generosidad: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres. Pagaré cuatro veces más a quien haya defraudado”. Encontró, en una palabra, la savia que tanto necesitaba para vivir con ilusión y buenos frutos: un Cristo que lo amaba.

María, la Nueva Eva

Otro árbol había sido motivo de ruina para la humanidad. La antigua Eva hizo que Adán, el primer hombre, comiera del árbol del pecado en el Edén. La Virgen María, la Nueva Eva, nos invita a comer del árbol de la gracia, que es el árbol de la cruz. Por eso, si en esta etapa de nuestra vida nos toca subir de algún modo al árbol de la cruz, conviene hacerlo con gusto, con interés, con esperanza: Jesús ciertamente pasará por ahí.




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GOLPES DE PECHO

10/27/2013

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Un gesto bíblico

Hay quien dice: “Yo no soy de los que se dan golpes de pecho”. Como si el ademán fuera, de suyo, un acto de hipocresía. Junto a otros gestos bíblicos, como el vestirse de sayal, sentarse sobre cenizas, echarse tierra en la cabeza, raparse, rasgarse las vestiduras, etc., el golpe de pecho simboliza dolor interior, arrepentimiento, compunción de corazón. Jesús lo valora explícitamente cuando habla del hombre que entró al templo, se quedó a distancia, y golpeándose el pecho, repetía: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”. Golpearse el pecho es herirse el corazón reconociendo que en lugar de haber sido un órgano de bien, de amor y de bondad, ha sido un órgano perverso, del que han brotado envidias, rencores, malos pensamientos y deseos, malas acciones.

La línea entre el bien y el mal

El escritor ruso Alexander Solyenitsin tiene, en este sentido, una de las intuiciones más certeras sobre el corazón humano. Cautivo del régimen soviético por motivos ideológicos, cuenta en sus memorias que un día, tras recibir una golpiza, tuvo un delirio de venganza. Imaginó que la situación se invertía. Que sus verdugos pasaban a ser presos y él, verdugo. Sintió de pronto cómo la maldad hacía erupción en su interior. Manaba a borbotones desde una oscura y hasta entonces desconocida fuente. Se vio a sí mismo, casi extasiado, desquitándose con extrema saña y crueldad. Entonces recapacitó y cayó en la cuenta de una tremenda e inquietante realidad: la línea divisoria entre el bien y el mal no separa a unos hombres de otros —los “buenos” y los “malos”—, sino que atraviesa de punta a punta el corazón de cada hombre.

Las contradicciones del corazón

Y es que el corazón humano es un amasijo de incoherencias y contradicciones. La Biblia lo describe con dureza: “El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?” (Jr 17, 9). De hecho, el órgano físico parece una metáfora perfecta de lo que ocurre en el plano moral y espiritual. La sístole y la diástole —la contracción y la relajación—, como movimientos contrapuestos y normales de su funcionamiento, son una expresión de cómo alternan en el corazón los momentos de grandeza y de miseria, de fortaleza y debilidad, de bondad y de rabia, de mezquindad y generosidad. El golpe de pecho reconoce esta realidad. Por eso, en la liturgia católica, el gesto acompaña las palabras “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.

Sanando el corazón

No hace mucho, una joven europea me decía que la Iglesia católica debía inculcar menos culpas en sus feligreses y así evitarles tantos perdones. “Hace sentido –le dije–. Sin embargo, al menos para mí, una de las experiencias más fuertes de Dios ha sido la de su amor hecho perdón”. El puente “culpa – perdón” es una de las vías privilegiadas del amor de Dios. Sin miserias que reconocer tampoco habría misericordias que experimentar.
Por lo demás, el reconocimiento de la propia culpa, por más que ciertas tendencias psicológicas tiendan a considerarlo negativo, es altamente catártico; es decir purificador y liberador. Cuando celebro la Misa frente a muchas personas, siento realmente el peso de mis pecados pero también experimento un gran alivio al decir: “Yo confieso ante Dios y ante ustedes, que he pecado mucho…”. No son palabras huecas. Es mi realidad reconocida, confesada, y puesta a disposición del perdón, la comprensión y la misericordia de Dios y de los demás.
“Ubi pus, ibi evacua”, dice un antiquísimo adagio médico: “Donde hay pus, hay que extraerlo”. El golpe de pecho es un dren del corazón para que salga cualquier pus acumulado. Hecho con sinceridad, el gesto libera nuestro corazón de los abscesos de rencor, malicia, envidia, etc., y así se siente aliviado, sanado; o, para decirlo con la palabra de Jesús: justificado.

Confiar nuestro corazón a María

Recientemente, el Papa Francisco confió de nuevo el mundo al Corazón Inmaculado de María. El mundo y cada corazón humano. Porque el Corazón de María es el de una Madre que comprende mejor que nadie el nuestro. Ella siente de cerca los latidos de nuestro corazón desacompasado y contradictorio; resentido por las culpas ajenas y dolido por las propias. Ella nos alcance un sincero arrepentimiento para que Dios derrame el bálsamo de su perdón sobre nuestro corazón para sanarlo, justificarlo y aliviarlo.

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EL VERDADERO ADVERSARIO

10/20/2013

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¿Por qué Dios no escucha?

Al cielo llegan muchas peticiones. Algunas dramáticas. Pero parece que no todas reciben respuesta. No hace mucho una dependiente en cierta tienda departamental, al verme entrar de sacerdote, me abordó y espetó de frente: “¿Por qué Dios no escucha?”. Su hija estaba hospitalizada, y por más que ella pedía, la niña iba de mal en peor.


El misterio de la oración

La oración es un misterio; y la respuesta de Dios, aún más. Ciertas claves de la oración, sin embargo, sí podemos entenderlas. Jesús utilizó algunas parábolas para mostrárnoslas. En una de ellas habló de una viuda que exigía insistentemente al juez: “Hazme justicia frente a mi adversario” (Lc 18, 3). Lucas introduce la parábola con un preámbulo: “Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18, 1). La primera clave de la oración es la constancia; o, más claro, la insistencia.


¿Quién es el adversario?

La parábola ofrece, no obstante, una segunda clave, que quizá toca más el misterio de la oración. La viuda pide “justicia frente a su adversario”. En todo juicio hay un momento en el que la víctima debe señalar ante el juez  a su victimario. Y es cuando Dios desestima ciertas oraciones: se equivocan de “adversario”. Solemos señalar ante Dios como adversarios las enfermedades, los accidentes, las dificultades matrimoniales, los retos académicos o profesionales, las crisis económicas, los desastres naturales; en una palabra: las adversidades. Y parece que Dios “no nos escucha”.


Dos tipos de oración

Para san Agustín hay dos tipos de oración: la carnal y la espiritual. La oración carnal es la que se inspira en consideraciones y deseos puramente humanos. A este tipo de oración se refiere san Pablo cuando escribe: “Nosotros no sabemos pedir como nos conviene” (Rm 8, 26). Dios sabe mucho mejor que nosotros lo que nos conviene, lo que nos hará un mayor bien. San Pablo lo explica dos versículos más adelante: “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8, 28). Es el fundamento de la oración espiritual.


El verdadero adversario

Muy rara vez –no sé si decir “nunca”– nuestro adversario es una circunstancia –interna o externa– por terrible que sea. El verdadero adversario es nuestro “ego inmaduro” que se frustra por no poder controlarlo todo; es nuestro “ego ingenuo” que no acaba de aceptar que la vida lo sobrepasa; es nuestro “ego susceptible”, que sobredimensiona las contrariedades que los demás le provocan. Bien lo dijo un empresario colombiano: “El ego es como la velocidad: agrava todos los accidentes”. No faltan quienes, tras un accidente, enfermedad o descalabro financiero, dicen que es lo mejor que les ha sucedido –sin negar lo que les ha costado–. El novelista Paul Guth lo resumió así: “A veces, nuestra buena suerte ha sido tener mala suerte”.


Un nuevo estilo de orar

Con esto en mente, quizá debamos cambiar nuestro “estilo de orar”. No pedir que no haya problemas, sino serenidad y constancia para resolverlos; no pedir que nadie nos lastime, sino mansedumbre para perdonar y sabiduría para aceptar a cada uno como es; no pedir que no vengan enfermedades, sino buen ánimo para sobrellevarlas; no pedir que no tengamos amenazas, sino confianza y sensatez para afrontarlas; no pedir que no haya tentaciones, sino prudencia para evitarlas y fortaleza para resistirlas. En resumen, la oración espiritual suele pedir que la adversidad ya no sea nuestro adversario; y que por la fe, la confianza y el amor abramos las compuertas al caudal de bien que Dios quiere realizar en cada uno y en todos gracias a las circunstancias, favorables o no.

Sí, pidamos a Dios que nos haga justicia frente a nuestro adversario. Pidámosle que encarcele nuestro ego y lo encadene en el último calabozo. Entonces podremos andar por la vida con más libertad y menos miedo.


María, Madre de la misión de la Iglesia

María es la Madre de la misión de la Iglesia. Por eso ora, y tanto. Me encantan las imágenes de María con las manos juntas dirigidas al cielo. Son reflejo de la oración de María, que no cesa de pedir que el mundo, la humanidad, descubra y venza con la ayuda de la gracia a sus verdaderos adversarios.

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SABER AGRADECER

10/13/2013

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Dos guajolotes

Mi padre tenía su consultorio en una colonia popular. Era pediatra. A veces lo acompañaba al consultorio, cuando no tenía clases. Mi tarea consistía en acomodar las muestras médicas que le dejaban los agentes farmacéuticos y que luego él regalaba a quienes veía que no tenían con qué surtir su receta. Una vez llegó una pareja joven con un niño de cinco años que tenía una hernia abdominal con riesgo de estrangulamiento intestinal. Había que operarlo. Al padre del niño se le cortó la voz mientras explicaba que eran recién llegados a la ciudad, no tenían dinero ni seguro médico, y una cirugía estaba fuera de su alcance. Mi padre se conmovió. Tomó el teléfono y le marcó a un cirujano pediatra amigo suyo, al que normalmente le refería los casos quirúrgicos. “Tengo aquí a un niño con una hernia abdominal. No tienen con qué pagar la cirugía. ¿Me harías el favor de hacerla gratis?”. Él aceptó. Inmediatamente mi padre llamó al hospital para tramitar el internamiento y programar la cirugía. Un par de semanas después, acompañé de nuevo a papá al consultorio. Sin previa cita, llegó la misma familia con un par de guajolotes en una caja. No tenían con qué pagar, pero sí con qué dar las gracias. Mi padre se conmovió de nuevo.

Una virtud exótica

La gratitud es una flor exótica; es decir, rara. Martin Luther King solía decir que nada se olvida más despacio que una ofensa; y nada más rápido que un favor. También Jesús lamentó la escasa gratitud de quienes recibían sus favores. Fue el caso de los diez leprosos que curó al enviarlos a presentarse al sacerdote. Sólo uno volvió a darle las gracias. “¿Y los otros nueve, dónde están?”, preguntó Jesús con tristeza.

Qué es la gratitud

La gratitud es un movimiento del corazón, un afecto de reconocimiento y amor a quien nos ha hecho un favor. Ha habido gestos de gratitud muy hermosos en la historia. Quizá uno de los más célebres es el del pintor Albretch Dürer. Su hermano Albert sacrificó su igual talento y pasión artística trabajando cuatro años en una mina a fin de solventar los estudios de Albretch. Para cuando éste quiso devolverle el favor a su hermano, gracias al inmediato éxito de sus cuadros, las manos de Albert estaban destrozadas, inhábiles para cualquier oficio artístico. Entonces Albretch pintó en su honor el que hoy es quizá su cuadro más famoso: “Manos”. El cuadro es un homenaje a las manos de su hermano. Muy pronto, la gente completó el nombre del cuadro: “Manos que oran”. ¿Cómo no llamar así a dos manos unidas, con gesto oblativo, y orientadas hacia arriba? Efectivamente, parecen unas manos orantes, pero también sufridas, inmoladas, desgastadas  a favor de alguien. El pueblo no se equivocó al rebautizar la obra. Pero el cuadro es aún más que un acto de gratitud; es una lección de vida: nadie llega al éxito solo; alguien tiene que pagar el precio. Por eso, quien alcance cierta fama y renombre, ha de saber voltear hacia abajo para ver las manos que lo han sostenido y darles las gracias.

Cómo expresar la gratitud

La gratitud circula por los mismos ductos del amor. Por eso se expresa normalmente a través de alguno de sus lenguajes: visitar a quien nos ha hecho un favor; decirle “gracias”; llevarle algún detalle; corresponderle con otro favor o ayuda; darle un abrazo, un beso. El leproso del evangelio así lo hizo: regresó, se postró a los pies de Jesús, muy posiblemente los abrazó y besó, mientras le decía insistentemente “¡gracias!”.

La gratitud exige humildad. Porque supone reconocer que hemos recibido algo que no merecíamos. De hecho, la gratitud es siempre un acto de humildad. Los soberbios no saben dar las gracias. Les parece quizá una humillación. No se dan cuenta de que cuando una persona de las gracias es como una flor que exhala su mejor perfume.

María, la siempre agradecida

María nos dejó un elocuente testimonio de gratitud cuando, emocionada, pronunció el Magnificat. Gracias a Ella, sabemos que la gratitud no sólo “engrandece” a quien nos ha favorecido sino también a quien sabe agradecer. Ella nos alcance la gracia de reconocer siempre los favores que recibimos de Dios y de los demás, y de exhalar constantemente el suave perfume de la gratitud.



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AUMÉNTANOS LA FE

10/6/2013

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Qué es la fe

Un reconocido equilibrista anunció que pasaría de un rascacielos a otro en Manhattan caminando sobre una cuerda floja. Llegó el día y se congregó una inmensa multitud. Antes de subir, el equilibrista agradeció a los presentes y les preguntó si creían que podría hacerlo. Casi todos alzaron la mano. Subió a la azotea del rascacielos y empezó el espectáculo. Fue avanzando con mucha cautela sobre una bamboleante cuerda a esas alturas, mientras la multitud abajo contenía el aliento. Al llegar al segundo rascacielos, resonó un gran aplauso. Bajó y les dijo que pasaría de nuevo, pero con los ojos vendados. “¿Creen que puedo hacerlo?” –preguntó–. Sólo la mitad alzó la mano. Era demasiado riesgo. Subió de todos modos, se vendó los ojos y avanzó sobre la cuerda, más despacio y cauteloso. Hubo quien prefirió no mirar. Al alcanzar la otra azotea, nuevo gritos y aplausos inundaron la esquina. El equilibrista anunció que pasaría por última vez, pero ahora lo haría con los ojos vendados y llevando una carretilla. “¿Creen que puedo hacerlo”? –preguntó–. “Pero el que alce la mano tendrá que montarse en la carretilla”.
En cierto modo, eso es la fe. Creer es un acto de abandono, de confianza plena en Aquel que lleva nuestra vida a veces por alturas y sobre precipicios nada confortables. Los apóstoles, conscientes de la dificultad, suplicaron a Jesús: “¡Auméntanos la fe!”.

La sociedad de la desconfianza

La súplica es muy actual. La fe atraviesa hoy una profunda crisis. Las encuestas hablan, en general, de una pérdida generalizada de la fe y de la confianza –que es como la “fe aplicada”–. Vivimos en “la sociedad de la desconfianza”. Tantos abusos y decepciones, tantas heridas y desengaños han minado la fe de mucha gente. “La burra no era arisca”, dice el refrán popular.

Dos actitudes insuficientes de fe

Yo percibo dos actitudes insuficientes entre los que tienen fe. Unos profesan una “fe resolutiva”, casi mágica. Se hacen de un sinnúmero de “recetas piadosas”, según el tipo y la magnitud de cada problema: “tres Avemarías, dos novenas, un padrenuestro y la reliquia de no sé qué santo, ¡y ya está!”.
Otros profesan una fe demasiado “trascendente”, que está más allá de la vida real y sus problemas. Oran poco y se fían más de sus recursos propios para resolver la vida. Prefieren medidas de control y seguridad que “confiar en Dios”.

La fe providente

Finalmente están los que viven una fe “providente”, que ilumina, aunque no siempre resuelve la vida diaria. Aun sin entender cómo, saben que Dios está presente y actúa  a su modo. Tienen una fe confiada, serena, optimista, aunque también realista. Saben que la luz  de la fe ilumina toda la existencia, pero no por ello descifra todos los enigmas que ella encierra. Ven la fe como una partitura. Aunque las notas del intervalo que les corresponde interpretar hoy puedan parecer “disonantes”, saben bien que en el conjunto de la sinfonía, no hay notas sin valor o fuera de rango. Éste es el tipo de fe que conviene pedir con insistencia.

¡Auméntanos la fe!

Y ésta, me parece, sería la súplica a Jesús actualizada a nuestra realidad: “Cuando ocurre exactamente lo contrario de lo que esperábamos, ¡auméntanos la fe!; cuando tenemos miedo al futuro, ¡auméntanos la fe!; cuando no entendemos tus planes, ¡auméntanos la fe!; cuando la inseguridad o la incertidumbre nos carcome el corazón, ¡auméntanos la fe!; cuando dudamos de la Iglesia, de su historia, de sus ministros, ¡auméntanos la fe!; cuando un amigo nos defrauda, ¡auméntanos la fe!; cuando las tentaciones ponen a prueba nuestra fidelidad, ¡auméntanos la fe!”.

El Padre siempre es digno de fe

Nadie alzó la mano ante la última propuesta del equilibrista; sólo una niña pequeña, de seis años, se abrió paso entre la multitud, gritando: “¡Yo sí, yo sí!”. Era su hija. Y, tratándose de su padre, fe no le faltaba.
María Santísima nos dé este corazón de niños, de hijos “seguros de su Padre”. Como Ella misma se dejó caer en la “carretilla de Dios” desde la Anunciación hasta el Calvario y la Resurrección.

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EPULÓN

9/29/2013

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Un alma arruinada

Epulón no es nombre propio, sino adjetivo. Significa “comelón”, pero suntuoso, refinado. Como personaje, es famoso el del evangelio, que el Papa Benedicto XVI describe como “un alma arruinada por la arrogancia y la opulencia, que ha cavado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre: el foso de su cerrazón en los placeres materiales, el foso del olvido del otro y de la incapacidad de amar” (carta encíclia Spe salvi, n. 44).

Cristo al centro

Hoy hay todavía muchos Epulones en el mundo, que no ven más allá del umbral de su casa y sus cosas. Por fortuna, hay también ricos anti-Epulones. Conozco varios, aunque describo aquí sólo a uno. Se llama Peter Freissle. Nació en Sudáfrica, pero emigró a los Estados Unidos. Dueño y director general de su empresa, por años llevó una vida muy lujosa, pero también muy estresada. Un día aceptó la invitación a un retiro de fin de semana, pensando en desconectarse y descansar. Además de ropa, empacó revistas de Golf y Automovilismo. No sabía a lo que iba. Era un retiro espiritual, de silencio y oración, en el que inexplicablemente Dios entró en su corazón y lo transformó.
El lunes reunió al equipo directivo y les comunicó su decisión de cambiar la misión y visión de la empresa. Ahora sería una empresa “Cristo-céntrica”: Cristo al centro de las decisiones, de los esfuerzos, de los riesgos y, sobre todo, del trato a los empleados, que pasaron a ser la prioridad en la empresa. Cualquiera que tuviera una crisis personal o matrimonial por algún vicio, en lugar de ser corrido sería atendido, incluso en clínicas especializadas, mientras su familia percibiría íntegro su sueldo. “Son ‘mis almas’; sus problemas son ‘mis problemas’”, explicaba Peter a su equipo.

Una tarjeta de presentación

Anunció además a los directivos que sus nuevas tarjetas de presentación incluirían en el reverso el ideario de la empresa, centrado en Cristo. Pensaron que se había vuelto loco. Pero mientras fuera sólo eso, estaban dispuestos a “seguirlo”. Y así fue hasta que su “coherencia cristiana” puso en peligro la vida de la empresa.
Peter debía viajar a Indonesia, a renovar el contrato con su principal cliente; un musulmán que representaba el 30% de sus ventas. Durante el vuelo, uno de sus directivos le dijo al oído: “Ni se te ocurra darle tu tarjeta al musulmán”. Por primera vez Peter captó el riesgo del nuevo perfil de la empresa; la advertencia era sensata. Pero también sintió en su corazón que no debía ocultar nada. Así es que, contra el parecer del equipo, se presentó ante el musulmán, le tendió la mano y le ofreció su tarjeta. El musulmán la tomó, la miró por el anverso y la dejó sobre la mesa. Peter pudo respirar. Charlaron brevemente sobre la renovación del contrato, y Peter se fue a su hotel. Dos horas después recibió una llamada de la oficina de su cliente, que lo citaba con todo su staff a una reunión anticipada. Al llegar, el musulmán lo esperaba también con todo su staff, y la tarjeta en la mano. “Hemos leído lo que está escrito aquí –le dijo–. Nos sorprendió el hecho de que ustedes, sabiendo que somos musulmanes, nos mostraran su ideario y misión como empresa cristiana”. Peter y su equipo sudaban frío. “Una empresa así de transparente y coherente siempre da confianza –continuó–. Hemos decidido no renovar el contrato sólo por tres años sino “ad vitam”. Peter no podía creerlo. Su equipo, menos. Era el camino correcto.

Hacia una nueva visión de la fe en la empresa

Peter dedica hoy el 30% de su tiempo a compartir su experiencia, mostrando con gráficas cuánto ha crecido su empresa desde que se comprometió con Cristo. Ojalá muchos empresarios asuman, como él, un perfil más cristiano, más coherente con la fe que profesan en la iglesia. Los empleados, los clientes, los proveedores, el entorno natural y social, y sin duda la misma empresa, saldrían ganando.
Quizá las escuelas de negocios no enseñen estos estándares. Pero ciertamente, podrían ya empezar a incluirlos en sus libros de mejores prácticas. Yo le pido, mientras, a María, que vele por el corazón de todos los que tienen una o varias empresas, para que le den más espacio a Cristo y hagan una experiencia como ésta.



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LA OTRA CARA DEL DINERO

9/21/2013

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Una realidad importante

En el orden de las realidades temporales el dinero ocupa un puesto preeminente. En los bolsillos de un niño y en los flujos de los grandes corporativos, el dinero es de esas pocas realidades cuya holgura o escasez hace tanta diferencia. ¡Y vaya que mueve al mundo! Cada mañana, miles de millones de personas se levantan de la cama y salen a buscarlo para el sustento. “Hay que perseguir la papa” –me decía un buen amigo– para dar de comer a la familia.

El dinero también aparece en la Biblia. Jesús lo utilizó sin recato en sus parábolas como palanca del entendimiento. Sabía que si nos hablaba de dinero, comprenderíamos mejor; como en la parábola de los talentos. El dinero, sin embargo, no fue para Jesús sólo un recurso didáctico; también lo usó para pagar impuestos y alabar la magna generosidad de una viuda.

Dios y el dinero

Jesús no demonizó el dinero. Pero puso sobre él una clara advertencia: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Él sabía que el corazón humano puede homologar realidades y colocarlas en el mismo plano; puede colocar a Dios y al dinero sobre sendos altares en el mismo templo. Por eso para san Pablo, la avaricia es idolatría. Dios no sólo “vale más” que el dinero sino que es el único y verdadero Dueño de todo lo que somos y tenemos. San Ignacio de Loyola lo sintetizó en una brevísima y contundente oración: “Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Tú me lo diste; a ti, Señor, lo torno. Todo es tuyo. Dispón de mí según tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que esto me basta”.

Peligros del dinero

El dinero no es malo. De hecho, desde hace muchos siglos es prácticamente indispensable. Pero presenta al menos dos peligros: la avaricia, que cede al apego, a la acumulación egoísta de riquezas materiales; y la autosuficiencia, que excluye la dependencia radical de Dios y la confianza en su Providencia. La autosuficiencia cierra el corazón a Dios; la avaricia, a los demás. Por eso advertía G. Bernanos: “Sobre los sacos de escudos –antigua moneda portuguesa– Nuestro Señor hubiera escrito con su propia mano: ‘Peligro de muerte’, como hace la administración de obras públicas sobre los pilones de los transformadores eléctricos”.

Contra la avaricia

Para vencer la avaricia hay que abrir el corazón a la generosidad, a la prodigalidad. “El dinero es como el estiércol –decía F. Bacon–: no es bueno a no ser que se esparza”. Jesús prohíbe servir al dinero, pero no “servirse” del dinero. Es decir, usarlo como lo que es: un bien temporal, un talento que hay que usufructuar no sólo para remediar las propias necesidades sino también las de los demás. La experiencia enseña que el dinero en manos generosas tiene a veces el poder de hacer milagros.

Consejos prácticos

En el uso del dinero ayudan siempre tres indicaciones prácticas. Ante todo, honestidad. Si quieres conocer a alguien –se ha dicho–, dale poder. Cabría decir también: dale dinero. Quien administra honestamente los dineros, demuestra no sólo su nivel de desapego, también su calidad personal. En segundo lugar, magnanimidad. Hay que huir de la tacañería o el “minimalismo” a la hora de ayudar. Dinero que entra, dinero que ha de salir por algún lado; no por un sumidero consumista sino por un surtidor que sacie tanto necesidades propias como ajenas. Porque al dinero le pasa lo que al agua: cuando se estanca se pudre. Por último, relatividad. Es decir, no darle al dinero más importancia de la que tiene. Aspirar a formar un patrimonio es legítimo; obsesionarse por él, no.

La Virgen prudentísima

Efectivamente, no se puede servir a Dios y al dinero; pero sí se puede servir a Dios y a los demás sirviéndose del dinero. Y, bien lo sabemos, quien se sirve del dinero para ayudar a los demás, acumula tesoros en el cielo. María, Virgen Prudentísima, nos ayude a servirnos del dinero con sabiduría y prudencia.



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