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CAMBIAR DE ACTITUD

1/7/2013

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6 de enero de 2013


Los magos y la estrella

«Vimos su estrella, y venimos a adorarlo», dijeron los magos al llegar a Jerusalén, explicando el motivo de su viaje, y también de su vida. Vieron la estrella; pero, más que verla, la escucharon; los llamaba por dentro. Los “magos” del Evangelio solían ser, según la terminología de entonces, sacerdotes del mundo pagano; hombres que cultivaban la sabiduría escrutando el cielo y las estrellas. Fue así como, un buen día –o, más bien, una buena noche–descubrieron una nueva estrella, refulgente, atractiva. Por fortuna, su sabiduría fue más lejos que sus ojos: aquel nuevo astro era, más que una estrella, una señal. Era la señal del nacimiento de un Rey, que ellos sintieron la necesidad imperiosa de ir a adorar. Sólo así se explica el largo viaje que emprendieron, probablemente desde Persia, hasta Belén.

El valor de las estrellas

Todos seguimos alguna estrella en nuestra vida. Una estrella es un referente existencial: algo o alguien que orienta, inspira y motiva nuestra vida. Sin referentes existenciales, nuestra vida carecería de rumbo y, sobre todo, de motivación para andar; para echarse a cuestas cada día el peso de la existencia humana y ponerse a caminar. La estrella fue un nuevo referente vital para los magos. A partir de ella, cambió su rumbo y su historia interior. Para los filósofos, una “estrella” así simboliza una opción fundamental. “Opción”, porque cada uno escoge la estrella que quiere seguir. Y “fundamental” porque, a partir de ella, toman cuerpo y sentido muchas otras decisiones. La opción fundamental tiene que ver con las grandes decisiones de la vida, como la vocación, la elección profesional, el estado de vida, etc. Una opción fundamental no se cambia cada año. De hecho, es signo de madurez perseverar en ella, si es buena. Como los magos, que a pesar de las dificultades del camino, siguieron la estrella hasta el final. Y ya sabemos qué premio alcanzaron. Lo que sí debemos hacer de vez en vez –como al inicio de cada año– es renovar nuestras opciones fundamentales. Para ello, es interesante fijarnos un momento en el cargamento que cada mago llevaba mientras seguía la estrella. Dice el Evangelio que los magos llevaban en sus cofres oro, incienso y mirra. Oro para reconocer la realeza de Jesús; incienso, para su divinidad; y mirra, para su humanidad. Es obvio, por tanto, que esos cargamentos eran dones para el Rey que buscaban. Pero pueden simbolizar también tres actitudes que podemos asumir o renovar al inicio de un nuevo año mientras seguimos nuestra estrella.

Oro: una actitud más amorosa

El oro representa el amor. Después de todo, el amor es nuestra mayor riqueza. Quien da amor, da lo más valioso que tiene. Y quien ofrece oro, expresa así su amor. Como el rey David: «En mi amor por la Casa de mi Dios, doy a la Casa de mi Dios el oro y la plata que poseo» (1 Cro 29, 3). Renovar nuestro cargamento de oro para el camino del nuevo año significa asumir una actitud más amorosa, más cariñosa, más cordial. Hace unos días, al terminar el año, hice una lista –con nombres y apellidos– de las personas que me pareció haber lastimado. En cada caso me pregunté por la raíz de mi actitud o comportamiento que las hirió. Tuve que reconocer que, en la mayoría de los casos, me faltó amar más. Es decir, pensé más en mí y menos en esas personas. Detrás de cada falta de caridad estaba escondida, casi siempre, una concesión a mi egoísmo: fui abusivo, prepotente, insistente, impaciente, o busqué mis gustos e intereses. Por eso me propuse renovar mi cargamento de oro este año. Es decir, me propuse cambiar de actitud: ser más paciente, más respetuoso, más desinteresado, más acogedor, etc. Obviamente, el amor pesa, como el oro. Cargarme de oro significa estar dispuesto a soportar el peso del amor; que no es otro que el peso de las personas que amo, consciente de que detrás de cada una está el Rey al que quiero amar y adorar.

Incienso: una actitud más religiosa

El incienso, en la Biblia, suele ser símbolo de la oración. Dice el salmista: «Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde» (Sal 141, 2). Y el Apocalipsis añade: «Y por mano del Angel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos» (Apc 8, 4). Ahora bien, la oración es la expresión por excelencia de una actitud interna, profunda: la religiosidad. Al orar manifiesto que me siento íntimamente ligado a Dios; es decir, necesitado y dependiente de Él. Al iniciar el nuevo año, quizá debo renovar mi cargamento de incienso para el camino. Es decir, debo cambiar de actitud y ser más religioso. Tal vez el año pasado me dejé llevar del activismo, de la prisa, de la presión de otras prioridades al margen de Dios. Cargarme de incienso para el camino significa cambiar mi actitud con Dios. Redefinir mis prioridades. Darle a Él la primacía en mi agenda diaria, semanal, mensual, anual. Renovar mi vida de oración, de sacramentos, de meditación del Evangelio, de contacto con Cristo en el sagrario. Consciente de que cada vez que hago oración, sube el incienso de mi vida hasta el Rey que quiero amar y adorar.

Mirra: una actitud más humilde

El tercer mago llevaba un cargamento de mirra. La mirra, según los historiadores, tenía dos usos: mezclada con agua servía para calmar el dolor; y, en forma de ungüento, para embalsamar a los muertos. Los Padres de la Iglesia vieron en ella el símbolo de la humanidad de Jesús; de su auténtica encarnación; y, por lo mismo, de su nueva capacidad para sufrir –que, como Dios, no tenía–. En definitiva, la mirra fue un tributo a la verdadera “kénosis” del Hijo de Dios; es decir, a su anonadamiento y humildad al hacerse verdadero hombre. Cargarme de mirra para el nuevo año significa también cambiar de actitud y ser más humilde. En el campo de la soberbia, todos fallamos de algún modo. A veces por orgullo y prepotencia; a veces por vanidad y presunción; a veces por envidia y susceptibilidad. Una actitud más humilde me ayudará a ser más sencillo y abierto; más despreocupado de mí mismo; más espontáneo y más humano. La mirra, en realidad, le quita peso a nuestra vida. Cuanto más sencillos y humildes, menos carga llevamos. Como escribió G.K. Chesterton, y me gusta repetir: «Los ángeles vuelan, porque no se toman demasiado en serio». Y en esa misma medida me pareceré más al Rey que quiero amar y adorar.

Donde termina el camino

Cargados de oro, incienso y mirra, los magos siguieron la estrella hasta la gruta de Belén. Ahí estaba el Rey que buscaban. Su amor, su religiosidad y su humildad los llevaron hasta ahí. Ojalá que también cada uno de nosotros, con un buen cargamento de amor, religiosidad y humildad, llegue al final de su vida al encuentro definitivo y feliz con el Rey que quiso amar y adorar a lo largo de su vida. Entonces no tendrá ya necesidad de estrella. Porque, como dice un himno de esta fiesta, «donde el sol está, no tienen luz las estrellas».

María junto a Jesús

Al llegar a la gruta de Belén –dice el Evangelio– los magos «vieron al niño con María su madre». Desde entonces, sabemos que quien busca a Jesús encuentra a María, y viceversa. Ella estuvo con Jesús en Belén y en el Calvario, mientras Él dormía, arropado por su tierna y valiente mirada, en el pesebre y en la cruz. Invoquemos a María en este nuevo año y estemos seguros de que Ella estará siempre a nuestro lado, tanto en nuestros Belenes como en nuestros Calvarios.

 


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