
El reto de convivir
Convivir es un arte, y también un reto. Quizá el más grande de las vacaciones. Al dejar las ocupaciones ordinarias, en las familias crece el tiempo de estar juntos; y también el riesgo de que salten chispas. Lo dijo irónicamente Enrique Rojas: «Queremos mucho a las personas con las que convivimos poco». Lo cierto es que, bien aprovechada, la convivencia veraniega puede reforzar lazos familiares, sanar heridas, incluso reconstruir relaciones que pudieran estar rotas.
El mayor patrimonio familiar
¿Cuál es el secreto? Nos lo da el Evangelio: «Cuando entren en una casa digan primero: “Paz a esta casa”» (Lc 10, 5). Para Jesús, la paz es el patrimonio esencial de una familia; su más grande haber. Una familia en paz lo tiene todo; sin ella, lo que tenga es nada. Jesús es el “Príncipe de la paz”. Satanás, en cambio, es el “príncipe de la división, de la discordia”. Es significativo que el sustantivo “diablo” proceda del verbo griego “diaballein”, que significa acusar, difamar. De ahí que el diablo sea “el que divide” por excelencia.
Cómo construir la paz
Ahora bien, la paz familiar no es sólo un buen augurio de Jesús. Sin duda, es don suyo; pero es también tarea. La paz se construye con materiales muy concretos; con actitudes y comportamientos que podemos agrupar en tres grandes virtudes: comprensión, comunicación y justicia. La primera tiene que ver con el pensamiento; la segunda, con las palabras; y la tercera, con las obras.
Comprensión
La paz nace en el pensamiento; en el modo como vemos y juzgamos a los demás. Quien piensa e interpreta a los demás –sus gestos y conductas– con una visión positiva, dando crédito a su buena voluntad, nunca tomará actitudes defensivas, sino abiertas, amigables, acogedoras. El pensamiento es un laboratorio de paz siempre que emplea los reactivos adecuados: benevolencia, bondad de juicio, comprensión. Si, en cambio, emplea iras, sospechas y envidias, será un laboratorio de discordia.
Comunicación
La paz se construye, en segundo lugar, con las palabras que decimos. En las relaciones familiares, ninguna palabra se la lleva el viento. Todas dejan huella, crean atmósfera, despiertan sentimientos. Comunicarse asertiva y bondadosamente es un difícil pero necesario equilibrio que lograr. Se diría que el arte de convivir es el arte de usar bien las palabras. Es el arte de decir lo que se debe decir, cuando se debe decir, en el modo que se debe decir. Sin duda, la comunicación espontánea es buena, pero aderezada con respeto y prudencia. Una familia es un espacio franco por el que han de sobrevolar palabras sinceras, incluso correctivas; pero siempre cargadas de afecto.
Justicia
Finalmente, la paz se construye con la justicia. La justicia es la primera exigencia del amor y consiste en dar a cada uno lo que le corresponde. En una familia, a cada uno le corresponde una generosa ración de afecto, atención, escucha, valoración. La justicia familiar exige mucho más que limosnas de tiempo, talento o energía. «Nadie vive para sí mismo», decía san Pablo (cf. Rm14, 7). Y menos en el seno de una familia. “Famulus” significa siervo. En una familia, todos vivimos para todos; todos somos siervos de todos; todos nos “debemos” recíprocamente nuestro mejor tiempo, talento, energía y afecto.
La gracia de Cristo
En teoría, no parece tan difícil alcanzar la paz en el hogar. Sólo se requiere un poco de justicia, buena comunicación y comprensión. Sin embargo, todos sabemos cuán cuesta arriba resulta en la práctica. Por eso Jesús, consciente de nuestros límites, se asoma a nuestros hogares y ofrece a cada uno, con su gracia, nuevas dosis de amor, madurez y sabiduría para estar a la altura de la convivencia familiar. Sin duda, este tiempo de descanso estivo será diferente si cada familia abre las puertas a Jesús y escucha de sus labios esas palabras que son al mismo tiempo don y tarea, augurio y consigna: “La paz sea con ustedes”.
María, Reina de la Familia
Que María Santísima, Reina de la Familia, vele por la paz en cada hogar. Que Ella, con su presencia maternal, discreta pero eficaz, ayude a todas las familias a aprovechar el período de vacaciones para crecer y madurar en el arte de convivir.
Convivir es un arte, y también un reto. Quizá el más grande de las vacaciones. Al dejar las ocupaciones ordinarias, en las familias crece el tiempo de estar juntos; y también el riesgo de que salten chispas. Lo dijo irónicamente Enrique Rojas: «Queremos mucho a las personas con las que convivimos poco». Lo cierto es que, bien aprovechada, la convivencia veraniega puede reforzar lazos familiares, sanar heridas, incluso reconstruir relaciones que pudieran estar rotas.
El mayor patrimonio familiar
¿Cuál es el secreto? Nos lo da el Evangelio: «Cuando entren en una casa digan primero: “Paz a esta casa”» (Lc 10, 5). Para Jesús, la paz es el patrimonio esencial de una familia; su más grande haber. Una familia en paz lo tiene todo; sin ella, lo que tenga es nada. Jesús es el “Príncipe de la paz”. Satanás, en cambio, es el “príncipe de la división, de la discordia”. Es significativo que el sustantivo “diablo” proceda del verbo griego “diaballein”, que significa acusar, difamar. De ahí que el diablo sea “el que divide” por excelencia.
Cómo construir la paz
Ahora bien, la paz familiar no es sólo un buen augurio de Jesús. Sin duda, es don suyo; pero es también tarea. La paz se construye con materiales muy concretos; con actitudes y comportamientos que podemos agrupar en tres grandes virtudes: comprensión, comunicación y justicia. La primera tiene que ver con el pensamiento; la segunda, con las palabras; y la tercera, con las obras.
Comprensión
La paz nace en el pensamiento; en el modo como vemos y juzgamos a los demás. Quien piensa e interpreta a los demás –sus gestos y conductas– con una visión positiva, dando crédito a su buena voluntad, nunca tomará actitudes defensivas, sino abiertas, amigables, acogedoras. El pensamiento es un laboratorio de paz siempre que emplea los reactivos adecuados: benevolencia, bondad de juicio, comprensión. Si, en cambio, emplea iras, sospechas y envidias, será un laboratorio de discordia.
Comunicación
La paz se construye, en segundo lugar, con las palabras que decimos. En las relaciones familiares, ninguna palabra se la lleva el viento. Todas dejan huella, crean atmósfera, despiertan sentimientos. Comunicarse asertiva y bondadosamente es un difícil pero necesario equilibrio que lograr. Se diría que el arte de convivir es el arte de usar bien las palabras. Es el arte de decir lo que se debe decir, cuando se debe decir, en el modo que se debe decir. Sin duda, la comunicación espontánea es buena, pero aderezada con respeto y prudencia. Una familia es un espacio franco por el que han de sobrevolar palabras sinceras, incluso correctivas; pero siempre cargadas de afecto.
Justicia
Finalmente, la paz se construye con la justicia. La justicia es la primera exigencia del amor y consiste en dar a cada uno lo que le corresponde. En una familia, a cada uno le corresponde una generosa ración de afecto, atención, escucha, valoración. La justicia familiar exige mucho más que limosnas de tiempo, talento o energía. «Nadie vive para sí mismo», decía san Pablo (cf. Rm14, 7). Y menos en el seno de una familia. “Famulus” significa siervo. En una familia, todos vivimos para todos; todos somos siervos de todos; todos nos “debemos” recíprocamente nuestro mejor tiempo, talento, energía y afecto.
La gracia de Cristo
En teoría, no parece tan difícil alcanzar la paz en el hogar. Sólo se requiere un poco de justicia, buena comunicación y comprensión. Sin embargo, todos sabemos cuán cuesta arriba resulta en la práctica. Por eso Jesús, consciente de nuestros límites, se asoma a nuestros hogares y ofrece a cada uno, con su gracia, nuevas dosis de amor, madurez y sabiduría para estar a la altura de la convivencia familiar. Sin duda, este tiempo de descanso estivo será diferente si cada familia abre las puertas a Jesús y escucha de sus labios esas palabras que son al mismo tiempo don y tarea, augurio y consigna: “La paz sea con ustedes”.
María, Reina de la Familia
Que María Santísima, Reina de la Familia, vele por la paz en cada hogar. Que Ella, con su presencia maternal, discreta pero eficaz, ayude a todas las familias a aprovechar el período de vacaciones para crecer y madurar en el arte de convivir.