
La metáfora
A Zaqueo un árbol le cambió la vida. Ya era rico y vivía holgado, pero se sentía pobre de ilusiones y ahogado en una rutina sin brillo ni horizontes. Reflexionaba junto a aquel árbol sobre el para qué de su vida.
Hace años, una revista de negocios utilizó la imagen de un árbol para mostrar una manera simple de evaluar nuevos prospectos. Las hojas del árbol son lo más vistoso. Representan los conocimientos. Hay quienes impresionan por lo amplio y tupido de su ciencia. Pero las hojas no son lo más importante. En el otoño de la vida, los conceptos y los datos van poco a poco desprendiéndose y cayendo en el olvido.
Después están las ramas. Representan las habilidades: artísticas, técnicas, sociales, deportivas, etc. Sin duda, cada habilidad hace a la persona más valiosa, útil y equipada. Pero tampoco las ramas son lo más importante. De hecho, a veces hay que podar el exceso de ramas para reconcentrar la fuerza vital en lo esencial.
El tercer elemento es el tronco. Representa la seguridad, estabilidad y solidez de la persona. Nuestra robustez psicológica y emocional depende de muchos factores, congénitos y educativos. También de la fe y confianza en Dios. Pero tampoco el tronco es lo más determinante. Hay árboles muertos que siguen en pie por muchos años: tienen tronco y ramas, pero no dan hojas ni frutos.
Las raíces del árbol representan los principios, valores y convicciones de la persona. Son las que sostienen y alimentan al árbol. Una persona sin valores ni convicciones es una persona sin raíces. Un vendaval circunstancial puede tumbarlo. Ahora bien, hay raíces sanas y las hay también enfermas. Cuando el hombre escoge valores equivocados, sus frutos son congruentes y resultan amargos o envenenados. “No hay árbol bueno que dé frutos malos ni árbol malo que dé frutos buenos”, decía Jesús.
Por último, está la savia. Corresponde a las motivaciones profundas; es decir, los amores que mueven y vivifican a la persona. Estamos, ahora sí, en el nivel más profundo y determinante de la calidad de una persona. La savia lleva la vida a todo el árbol, desde las raíces hasta las hojas. Las buenas motivaciones mantienen sana la vida, impregnada de ilusión y cargada de frutos.
La crisis de Zaqueo
Cuando Zaqueo reflexionó junto al árbol, cayó en la cuenta de que era culto, pero sus conocimientos no llenaban el vacío que sentía; era hábil pero sus habilidades sólo habían servido para defraudar, extorsionar y hacer dinero; su solidez personal se tambaleaba ante la coyuntura vital en que se encontraba; sus valores y convicciones eran raíces enfermas; y no sentía ya más la savia de la vida en su corazón: no tenía razones ni motivaciones para seguir viviendo.
Para ver a Jesús
Fue entonces cuando escuchó que Jesús pasaría por ahí, junto al árbol que él había estado contemplando como una gran metáfora de su vida. Zaqueo era pequeño de estatura. Para ver a Jesús, necesitaría ese mismo árbol, que de metáfora pasó a ser andamio. En cuanto estuvo arriba, captó inmediatamente la nueva perspectiva. No le importó el esfuerzo, la incomodidad o la vergüenza de que otros lo vieran ahí encaramado. La osadía valió la pena: Jesús superó todas sus expectativas: “Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me hospede en tu casa”.
Sentirse amado
Todo se revolucionó en el interior de Zaqueo: tuvo un nuevo e inesperado conocimiento de la vida; experimentó una nueva habilidad, que no tenía: la hospitalidad; se sintió fuerte como nunca; cambió sus valores de avaricia y ambición por los de la restitución y la generosidad: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres. Pagaré cuatro veces más a quien haya defraudado”. Encontró, en una palabra, la savia que tanto necesitaba para vivir con ilusión y buenos frutos: un Cristo que lo amaba.
María, la Nueva Eva
Otro árbol había sido motivo de ruina para la humanidad. La antigua Eva hizo que Adán, el primer hombre, comiera del árbol del pecado en el Edén. La Virgen María, la Nueva Eva, nos invita a comer del árbol de la gracia, que es el árbol de la cruz. Por eso, si en esta etapa de nuestra vida nos toca subir de algún modo al árbol de la cruz, conviene hacerlo con gusto, con interés, con esperanza: Jesús ciertamente pasará por ahí.
A Zaqueo un árbol le cambió la vida. Ya era rico y vivía holgado, pero se sentía pobre de ilusiones y ahogado en una rutina sin brillo ni horizontes. Reflexionaba junto a aquel árbol sobre el para qué de su vida.
Hace años, una revista de negocios utilizó la imagen de un árbol para mostrar una manera simple de evaluar nuevos prospectos. Las hojas del árbol son lo más vistoso. Representan los conocimientos. Hay quienes impresionan por lo amplio y tupido de su ciencia. Pero las hojas no son lo más importante. En el otoño de la vida, los conceptos y los datos van poco a poco desprendiéndose y cayendo en el olvido.
Después están las ramas. Representan las habilidades: artísticas, técnicas, sociales, deportivas, etc. Sin duda, cada habilidad hace a la persona más valiosa, útil y equipada. Pero tampoco las ramas son lo más importante. De hecho, a veces hay que podar el exceso de ramas para reconcentrar la fuerza vital en lo esencial.
El tercer elemento es el tronco. Representa la seguridad, estabilidad y solidez de la persona. Nuestra robustez psicológica y emocional depende de muchos factores, congénitos y educativos. También de la fe y confianza en Dios. Pero tampoco el tronco es lo más determinante. Hay árboles muertos que siguen en pie por muchos años: tienen tronco y ramas, pero no dan hojas ni frutos.
Las raíces del árbol representan los principios, valores y convicciones de la persona. Son las que sostienen y alimentan al árbol. Una persona sin valores ni convicciones es una persona sin raíces. Un vendaval circunstancial puede tumbarlo. Ahora bien, hay raíces sanas y las hay también enfermas. Cuando el hombre escoge valores equivocados, sus frutos son congruentes y resultan amargos o envenenados. “No hay árbol bueno que dé frutos malos ni árbol malo que dé frutos buenos”, decía Jesús.
Por último, está la savia. Corresponde a las motivaciones profundas; es decir, los amores que mueven y vivifican a la persona. Estamos, ahora sí, en el nivel más profundo y determinante de la calidad de una persona. La savia lleva la vida a todo el árbol, desde las raíces hasta las hojas. Las buenas motivaciones mantienen sana la vida, impregnada de ilusión y cargada de frutos.
La crisis de Zaqueo
Cuando Zaqueo reflexionó junto al árbol, cayó en la cuenta de que era culto, pero sus conocimientos no llenaban el vacío que sentía; era hábil pero sus habilidades sólo habían servido para defraudar, extorsionar y hacer dinero; su solidez personal se tambaleaba ante la coyuntura vital en que se encontraba; sus valores y convicciones eran raíces enfermas; y no sentía ya más la savia de la vida en su corazón: no tenía razones ni motivaciones para seguir viviendo.
Para ver a Jesús
Fue entonces cuando escuchó que Jesús pasaría por ahí, junto al árbol que él había estado contemplando como una gran metáfora de su vida. Zaqueo era pequeño de estatura. Para ver a Jesús, necesitaría ese mismo árbol, que de metáfora pasó a ser andamio. En cuanto estuvo arriba, captó inmediatamente la nueva perspectiva. No le importó el esfuerzo, la incomodidad o la vergüenza de que otros lo vieran ahí encaramado. La osadía valió la pena: Jesús superó todas sus expectativas: “Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me hospede en tu casa”.
Sentirse amado
Todo se revolucionó en el interior de Zaqueo: tuvo un nuevo e inesperado conocimiento de la vida; experimentó una nueva habilidad, que no tenía: la hospitalidad; se sintió fuerte como nunca; cambió sus valores de avaricia y ambición por los de la restitución y la generosidad: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres. Pagaré cuatro veces más a quien haya defraudado”. Encontró, en una palabra, la savia que tanto necesitaba para vivir con ilusión y buenos frutos: un Cristo que lo amaba.
María, la Nueva Eva
Otro árbol había sido motivo de ruina para la humanidad. La antigua Eva hizo que Adán, el primer hombre, comiera del árbol del pecado en el Edén. La Virgen María, la Nueva Eva, nos invita a comer del árbol de la gracia, que es el árbol de la cruz. Por eso, si en esta etapa de nuestra vida nos toca subir de algún modo al árbol de la cruz, conviene hacerlo con gusto, con interés, con esperanza: Jesús ciertamente pasará por ahí.