
Un gesto bíblico
Hay quien dice: “Yo no soy de los que se dan golpes de pecho”. Como si el ademán fuera, de suyo, un acto de hipocresía. Junto a otros gestos bíblicos, como el vestirse de sayal, sentarse sobre cenizas, echarse tierra en la cabeza, raparse, rasgarse las vestiduras, etc., el golpe de pecho simboliza dolor interior, arrepentimiento, compunción de corazón. Jesús lo valora explícitamente cuando habla del hombre que entró al templo, se quedó a distancia, y golpeándose el pecho, repetía: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”. Golpearse el pecho es herirse el corazón reconociendo que en lugar de haber sido un órgano de bien, de amor y de bondad, ha sido un órgano perverso, del que han brotado envidias, rencores, malos pensamientos y deseos, malas acciones.
La línea entre el bien y el mal
El escritor ruso Alexander Solyenitsin tiene, en este sentido, una de las intuiciones más certeras sobre el corazón humano. Cautivo del régimen soviético por motivos ideológicos, cuenta en sus memorias que un día, tras recibir una golpiza, tuvo un delirio de venganza. Imaginó que la situación se invertía. Que sus verdugos pasaban a ser presos y él, verdugo. Sintió de pronto cómo la maldad hacía erupción en su interior. Manaba a borbotones desde una oscura y hasta entonces desconocida fuente. Se vio a sí mismo, casi extasiado, desquitándose con extrema saña y crueldad. Entonces recapacitó y cayó en la cuenta de una tremenda e inquietante realidad: la línea divisoria entre el bien y el mal no separa a unos hombres de otros —los “buenos” y los “malos”—, sino que atraviesa de punta a punta el corazón de cada hombre.
Las contradicciones del corazón
Y es que el corazón humano es un amasijo de incoherencias y contradicciones. La Biblia lo describe con dureza: “El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?” (Jr 17, 9). De hecho, el órgano físico parece una metáfora perfecta de lo que ocurre en el plano moral y espiritual. La sístole y la diástole —la contracción y la relajación—, como movimientos contrapuestos y normales de su funcionamiento, son una expresión de cómo alternan en el corazón los momentos de grandeza y de miseria, de fortaleza y debilidad, de bondad y de rabia, de mezquindad y generosidad. El golpe de pecho reconoce esta realidad. Por eso, en la liturgia católica, el gesto acompaña las palabras “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
Sanando el corazón
No hace mucho, una joven europea me decía que la Iglesia católica debía inculcar menos culpas en sus feligreses y así evitarles tantos perdones. “Hace sentido –le dije–. Sin embargo, al menos para mí, una de las experiencias más fuertes de Dios ha sido la de su amor hecho perdón”. El puente “culpa – perdón” es una de las vías privilegiadas del amor de Dios. Sin miserias que reconocer tampoco habría misericordias que experimentar.
Por lo demás, el reconocimiento de la propia culpa, por más que ciertas tendencias psicológicas tiendan a considerarlo negativo, es altamente catártico; es decir purificador y liberador. Cuando celebro la Misa frente a muchas personas, siento realmente el peso de mis pecados pero también experimento un gran alivio al decir: “Yo confieso ante Dios y ante ustedes, que he pecado mucho…”. No son palabras huecas. Es mi realidad reconocida, confesada, y puesta a disposición del perdón, la comprensión y la misericordia de Dios y de los demás.
“Ubi pus, ibi evacua”, dice un antiquísimo adagio médico: “Donde hay pus, hay que extraerlo”. El golpe de pecho es un dren del corazón para que salga cualquier pus acumulado. Hecho con sinceridad, el gesto libera nuestro corazón de los abscesos de rencor, malicia, envidia, etc., y así se siente aliviado, sanado; o, para decirlo con la palabra de Jesús: justificado.
Confiar nuestro corazón a María
Recientemente, el Papa Francisco confió de nuevo el mundo al Corazón Inmaculado de María. El mundo y cada corazón humano. Porque el Corazón de María es el de una Madre que comprende mejor que nadie el nuestro. Ella siente de cerca los latidos de nuestro corazón desacompasado y contradictorio; resentido por las culpas ajenas y dolido por las propias. Ella nos alcance un sincero arrepentimiento para que Dios derrame el bálsamo de su perdón sobre nuestro corazón para sanarlo, justificarlo y aliviarlo.
Hay quien dice: “Yo no soy de los que se dan golpes de pecho”. Como si el ademán fuera, de suyo, un acto de hipocresía. Junto a otros gestos bíblicos, como el vestirse de sayal, sentarse sobre cenizas, echarse tierra en la cabeza, raparse, rasgarse las vestiduras, etc., el golpe de pecho simboliza dolor interior, arrepentimiento, compunción de corazón. Jesús lo valora explícitamente cuando habla del hombre que entró al templo, se quedó a distancia, y golpeándose el pecho, repetía: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”. Golpearse el pecho es herirse el corazón reconociendo que en lugar de haber sido un órgano de bien, de amor y de bondad, ha sido un órgano perverso, del que han brotado envidias, rencores, malos pensamientos y deseos, malas acciones.
La línea entre el bien y el mal
El escritor ruso Alexander Solyenitsin tiene, en este sentido, una de las intuiciones más certeras sobre el corazón humano. Cautivo del régimen soviético por motivos ideológicos, cuenta en sus memorias que un día, tras recibir una golpiza, tuvo un delirio de venganza. Imaginó que la situación se invertía. Que sus verdugos pasaban a ser presos y él, verdugo. Sintió de pronto cómo la maldad hacía erupción en su interior. Manaba a borbotones desde una oscura y hasta entonces desconocida fuente. Se vio a sí mismo, casi extasiado, desquitándose con extrema saña y crueldad. Entonces recapacitó y cayó en la cuenta de una tremenda e inquietante realidad: la línea divisoria entre el bien y el mal no separa a unos hombres de otros —los “buenos” y los “malos”—, sino que atraviesa de punta a punta el corazón de cada hombre.
Las contradicciones del corazón
Y es que el corazón humano es un amasijo de incoherencias y contradicciones. La Biblia lo describe con dureza: “El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?” (Jr 17, 9). De hecho, el órgano físico parece una metáfora perfecta de lo que ocurre en el plano moral y espiritual. La sístole y la diástole —la contracción y la relajación—, como movimientos contrapuestos y normales de su funcionamiento, son una expresión de cómo alternan en el corazón los momentos de grandeza y de miseria, de fortaleza y debilidad, de bondad y de rabia, de mezquindad y generosidad. El golpe de pecho reconoce esta realidad. Por eso, en la liturgia católica, el gesto acompaña las palabras “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
Sanando el corazón
No hace mucho, una joven europea me decía que la Iglesia católica debía inculcar menos culpas en sus feligreses y así evitarles tantos perdones. “Hace sentido –le dije–. Sin embargo, al menos para mí, una de las experiencias más fuertes de Dios ha sido la de su amor hecho perdón”. El puente “culpa – perdón” es una de las vías privilegiadas del amor de Dios. Sin miserias que reconocer tampoco habría misericordias que experimentar.
Por lo demás, el reconocimiento de la propia culpa, por más que ciertas tendencias psicológicas tiendan a considerarlo negativo, es altamente catártico; es decir purificador y liberador. Cuando celebro la Misa frente a muchas personas, siento realmente el peso de mis pecados pero también experimento un gran alivio al decir: “Yo confieso ante Dios y ante ustedes, que he pecado mucho…”. No son palabras huecas. Es mi realidad reconocida, confesada, y puesta a disposición del perdón, la comprensión y la misericordia de Dios y de los demás.
“Ubi pus, ibi evacua”, dice un antiquísimo adagio médico: “Donde hay pus, hay que extraerlo”. El golpe de pecho es un dren del corazón para que salga cualquier pus acumulado. Hecho con sinceridad, el gesto libera nuestro corazón de los abscesos de rencor, malicia, envidia, etc., y así se siente aliviado, sanado; o, para decirlo con la palabra de Jesús: justificado.
Confiar nuestro corazón a María
Recientemente, el Papa Francisco confió de nuevo el mundo al Corazón Inmaculado de María. El mundo y cada corazón humano. Porque el Corazón de María es el de una Madre que comprende mejor que nadie el nuestro. Ella siente de cerca los latidos de nuestro corazón desacompasado y contradictorio; resentido por las culpas ajenas y dolido por las propias. Ella nos alcance un sincero arrepentimiento para que Dios derrame el bálsamo de su perdón sobre nuestro corazón para sanarlo, justificarlo y aliviarlo.