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LO QUE IMPORTA ES AMAR

6/16/2013

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La esencia del cristianismo


Con cierta frecuencia me topo con personas alejadas de la fe porque, según ellos, su enseñanza religiosa fue impositiva, dogmática, moralizante; es decir, odiosa. Como sacerdote me dan ganas de pedirles perdón si nadie logró hacerles comprender que el Catecismo –según expresión del Papa Benedicto XVI– «no es una teoría, sino el encuentro con una Persona» (Porta fidei, 11). En otras palabras, el cristianismo no es ante todo un catálogo de dogmas; ni siquiera un código moral: es la experiencia de un amor llamado Jesús. El evangelista Lucas nos habla de una mujer de mala vida que se acerca a Jesús, le lava los pies con sus lágrimas, y se los besa y unge con perfume. Y Jesús se deja, para escándalo del fariseo que lo había invitado a comer. Que Jesús se deje tocar por aquella mujer es parte de un gran mensaje que ojalá nos quede a todos claro: lo que importa es amar. Dicho de otro modo, a Él le importan mucho más nuestros gestos de amor que nuestras transgresiones morales. Y no porque la moral no tenga sentido o importancia; sino porque sólo tiene importancia y sentido cuando su alma es el amor. Volviendo a la mujer de «mala vida» del evangelio de hoy, ella realiza tres grandes gestos simbólicos del amor.


Amar es lavar


En primer lugar, lava los pies de Jesús con sus lágrimas. Los pies huelen mal. Están entre los sectores menos nobles del cuerpo; no son los que más apetece tocar y atender. Así es el amor: se acerca, toca y lava lo que «huele mal» en los demás. Es una característica esencial del amor: disculpar, comprender y perdonar. Todo hace pensar, por el contexto, que la mujer actuaba expresando lo que ella misma sentía en su alma. La pasividad de Jesús es sólo aparente. De alguna manera –quizá con un gesto o una mirada– ya había hecho sentir a la mujer que también ella estaba siendo lavada, comprendida, perdonada.


Amar es besar


La mujer no sólo bañó los pies de Jesús con sus lágrimas; también los besó. Nuestros labios, cuando besan, dejan de ser sólo funcionales u ornamentales: se transforman en instrumentos del amor. Besar es una manera muy especial de tocar a alguien y de expresarle amor. Es verdad: hay gente que ama sin besar; y gente que besa sin amar. Pero el beso, si es auténtico, expresa una dimensión esencial del amor; un «contacto afectivo» del todo particular.


Amar es perfumar


Finalmente, la mujer ungió con perfume los pies de Jesús. Este tercer gesto añade a las dimensiones del perdón y la afectividad una nueva y más alta dimensión aún: el aprecio. Amar es valorar, dignificar al otro. El perfume del amor «reviste» al otro de una fragancia nueva, diferente y agradable. El «buen olor de Cristo», del que habla san Pablo, tiene que ver con este reconocimiento del valor de Jesús (cf. 2 Cor 2, 14 – 15). El propio Jesús hizo evidente el contraste de actitudes que se daban hacia Él entre el fariseo y la mujer: «No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume» (Lc 7, 46).


El amor cubre multitud de pecados


Lavar, besar y perfumar son dimensiones quizá no suficientes pero sí necesarias del amor. El triple gesto de la mujer sobre los pies de Jesús es una cátedra evangélica de amor. Quizá por eso, Jesús dijo contundente: «Sus muchos pecados le son perdonados, porque ha amado mucho». Y san Pedro nos instruirá en el mismo sentido con una consoladora frase: «El amor cubre multitud de pecados» (1 Pe 4, 8). ¡Cuánta razón el título de un libro de Carlo Carretto: Lo que importa es amar! San Agustín lo había dicho a su modo: «¡Ama y haz lo que quieras!». Porque el amor, cuando es real, pone a toda la persona en el camino del bien, la verdad y la belleza.


Madre del amor hermoso


María, la Madre de Jesús, lavó, besó y perfumó los pies de Jesús innumerables veces. Fue su quehacer diario durante mucho tiempo. Ella siempre amó mucho a Jesús –¡y cuánto!–. Pero su amor a Jesús no fue de «compunción» sino de «donación» pura y total. Nosotros, en cambio, no podemos amar a Jesús sin tener que pedirle perdón; sin tener que llorar –aunque sea interiormente– nuestras faltas. Nos consuele el hecho de que las lágrimas del corazón a veces son la mejor –quizá la única– oración que podemos elevar a Dios. María nos alcance la gracia de acercarnos con confianza a Jesús, llorar nuestros pecados y transformar nuestras lágrimas en confiada oración de contrición.

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