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POR QUÉ LA CRUZ

6/23/2013

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Todos sufrimos

Sufrir no es lo nuestro. A nadie le gusta el dolor. Lo nuestro, lo humano, lo que buscan nuestros actos –incluso los más nobles y altruistas–, es la felicidad. Tanto que vivir es, en cierto modo, ensayar en cada etapa de la vida nuevas fórmulas para alcanzarla. La realidad es que el sufrimiento nos visita con frecuencia en forma de dolor físico, psicológico o moral. La trama del día a día parece un vaivén entre dichas y penas; cruces y luces. ¿Puede una vida así ser feliz?

La sabiduría del cristianismo

El cristianismo es audaz cuando nos presenta la cruz, el sufrimiento, como vía de madurez y felicidad. «Nosotros predicamos a Cristo, y a éste crucificado», escribió san Pablo. Sus palabras fueron escándalo para los judíos y locura para los paganos. También hoy, la cruz escandaliza a muchos. No pocos se rebelan contra ella, y más cuando les parece injusta, inmerecida o desproporcionada. En cualquier caso, quienes intentan evadirla, se la topan siempre de nuevo, quizá en versiones más pesadas. La cruz no deja de levantar serios interrogantes frente a cualquier lógica sólo humana. El gran secreto del cristianismo está en presentar la cruz como una realidad luminosa. Ella constituye quizá su enseñanza más fecunda; su más alta aportación a la sabiduría humana. Porque ella es el punto de encuentro, el lugar donde se cruzan –valga la redundancia– felicidad y sufrimiento.

La paradoja cristiana

Jesús nos invita a tomar «la cruz de cada día» si queremos ser felices. Es lo que algunos autores han llamado la paradoja cristiana, tejida de binomios aparentemente contradictorios: perderse para encontrarse, prodigarse para enriquecerse, morir para vivir, sufrir para ser feliz. Ése es el Evangelio –es decir, la buena noticia–: que Jesús hizo de la cruz un instrumento de felicidad, siendo, como era, instrumento de tormento. ¿Cómo lo hizo? Haciendo de ella un instrumento de amor, redención, unidad y paz.

Cruz y amor

La cruz es la expresión más alta del amor. Jesús murió en ella por amor. Porque no hay amor que no exija la muerte. No hay generosidad, disponibilidad, entrega que no suponga abnegación, renuncia personal, morir al propio egoísmo. El amor pide crucificar apegos, tacañerías, planes y agendas. Pero como pide, también da. Decía el cura de Ars, san Juan María Vianney: «La mortificación tiene un bálsamo y sabores de que no se puede prescindir una vez que se les ha conocido. En este camino, lo que cuesta es sólo el primer paso».

Cruz y libertad

En segundo lugar, la cruz es instrumento de redención; es decir, de liberación. No hay peor cruz que la que Dios no quiere que llevemos. Y esa cruz es nuestro egoísmo. Por su culpa, cada uno llega a ser una pesada carga para sí mismo. Al tomar la cruz de Cristo nos liberamos de la tiranía de la nuestra. Al crucificar nuestros orgullos, envidias, protagonismos, adelgazamos nuestro ego. Por algo dijo Jesús que su yugo es suave y su carga, ligera; a diferencia de la nuestra.

Cruz y unidad

En tercer lugar, la cruz es instrumento de unidad. Ella, con sus dos travesaños –vertical y horizontal– parece decirnos que sólo quien se une a Dios y a los demás puede ser feliz. La unidad exige crucificar la autosuficiencia, el individualismo, el aislamiento y la cerrazón. Por algo dijo Jesús: «Si fuere levantado de la tierra –y lo fue en la cruz– atraeré a todos hacia mí». La cruz es, desde entonces, punto de reunión en el que las vidas se reencuentran y reconcilian.

Cruz y paz

Finalmente, la cruz es instrumento de paz. No hay paz sin orden, sobre todo en el corazón. El orden interior exige crucificar deseos impuros, inquietudes vanas, preocupaciones innecesarias, intenciones torcidas. Al tomar la cruz, el corazón se purifica y reordena; alcanza la madurez suficiente para tender siempre a más pero sin frustrarse por lo que uno es, tiene o hace. Así, la cruz engendra paz y la paz no es más que otro nombre de la felicidad.

María y la cruz

También María vivió el misterio de la cruz. Estando al pie de la cruz, se asoció de manera especial al sacrificio de su Hijo. Por lo mismo, nadie como Ella ha saboreado los frutos de la cruz: amor, libertad, unidad y paz. Ella nos alcance la gracia de tomar nuestra cruz de cada día y comprobar la veracidad de la paradoja cristiana: de que es posible sufrir y ser felices, unidos a Cristo.

1 Comment
Maria Ruiz link
6/23/2013 12:39:57 pm

Me gusta mucho su homilía y si creo que Li peor que hacemos es ser egoístas y tener amor por el prójimo y no juzgar tan a la ligera o más bien no hacerlo nunca , gracias por sus homilías me hacen refleccionar

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