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TRES LECCIONES DE DIOS

5/25/2013

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El experto en la felicidad


Dios no es feliz. Él es la felicidad. La felicidad no es una cualidad en Él; es su esencia. En otras palabras, si alguien sabe de felicidad, ése es Dios. Él es plenamente feliz; un océano infinito de gozo perpetuo, sin un átomo de tristeza, melancolía o amargura. Es cierto que, haciéndose hombre, Dios asumió una cualidad que no tenía: la pasibilidad; es decir, la capacidad de sufrir. Lo hizo por nosotros, para compartir nuestra suerte y ofrecerse en sacrificio por nuestra redención. Tanto nos amó. Pero Dios nunca deja de ser Dios. En su vida íntima, profunda, no existe más que alegría. De hecho, Él mismo es el origen y destino de la nuestra. Por eso, si queremos saber algo de la felicidad, no tenemos más que mirarlo a Él: cómo es y qué hace para ser tan feliz. No se requiere mucha teología para saber que Dios posee tres atributos esenciales, que están en la base de toda felicidad.


Dios es unidad


El primero es la unidad. El catecismo enseña que Dios es uno solo, pero tres Personas distintas. Es el misterio que celebra hoy la Iglesia católica con la solemnidad de la Santísima Trinidad. Obviamente, nuestra mente no da para conciliar multiplicidad y unidad en un mismo ser. Cuentan que san Agustín se esforzaba por entender este misterio caminando por la playa, cuando vio a un niño que tomaba agua del mar en una conchita y la vertía en un agujero cavado en la arena. Cuando el santo le preguntó qué hacía, el niño respondió: «Quiero meter el mar en este agujero». «Eso no es posible», objetó Agustín. Entonces el niño replicó: «Es más fácil meter el mar en este agujero que entender el misterio de la Santísima Trinidad». La buena noticia es que, en la práctica, el misterio de Dios no es tan inaccesible. Nuestra vida reproduce a su modo la multiplicidad en la unidad. De hecho, para ser felices, necesitamos reconducirlo todo a la unidad. La unidad es lo opuesto de la división. Por algún motivo –quizá precisamente porque fuimos creados a imagen de Dios– quien vive dividido no puede ser feliz. La felicidad se encuentra en la unidad, en la fusión, en el gozo del encuentro con nosotros mismos, con Dios, con los demás y con el mundo. Unidad significa también integridad. Las personas íntegras son de una sola pieza: piensan, quieren, dicen y actúan coherentemente. En este sentido, integridad, coherencia de vida y unidad son conceptos equivalentes, y presupuestos de la felicidad.


Dios es simplicidad


El segundo atributo de Dios es la simplicidad. Simplicidad no significa superficialidad, banalidad o vulgaridad. Simple es lo que no es complicado. Steve Jobs dijo –refiriéndose obviamente a sus iArtefactos– que el culmen de la sofisticación es la simplicidad. La afirmación es correcta también en teología: Dios es simple. Podemos enfatizar: simplísimo. Y así es felicísimo. ¡Qué gran lección para nuestra vida! Cuanto más simple, más feliz. Cuanto más compleja, más infeliz. Por algo, un santo dijo: «En lo complicado está siempre la pezuña del diablo». Simplificar la vida significa enfocarse en lo esencial, contentarse con menos que con más, relativizarlo todo, quitarle importancia a lo que no la tiene, no tomarse tan en serio a uno mismo. Pocas cosas son importantes en la vida; y aún menos las que hacen falta para ser feliz. Recuerdo a un hombre sin piernas, empleado en un aeropuerto, cuyo trabajo consistía en sostener en sus manos una señal plástica que indicaba las escaleras de ascenso a las puertas de embarque, con una gran sonrisa en sus labios. Pasé frente a él y sentí su alegría, ¡en esas condiciones! Yo iba completo, pero con prisa y demasiados pendientes en la cabeza…; yo iba complicado; aquel hombre, en su simplicidad, tenía resuelto el momento.


Dios es generosidad


Un tercer atributo de Dios es la generosidad. Dios se basta a sí mismo. No necesita de nada ni de nadie fuera de Sí mismo. Sin embargo, por pura generosidad, creó el universo y a nosotros dentro de él. «El amor es difusivo», explican los filósofos. Y eso es precisamente Dios: Amor. Dios lo hizo todo en abundancia. El universo es bastante más grande que el poder de los telescopios, y bastante más pequeño que el poder de los microscopios. No extraña que el hombre sienta vértigo cada vez que descubre una galaxia o una partícula subatómica. Dios ha puesto en nuestras manos recursos virtualmente infinitos, con una prodigalidad que seguramente le hace sonreír. Por idénticas razones, cuando somos generosos, experimentamos una gota de la felicidad de Dios. Así verificamos el axioma de que el dar hace más feliz que el recibir. Dar, aunque cueste, detona siempre felicidad en el corazón humano. Así fuimos diseñados. Sólo los avaros no son felices. Me lo explicó a su modo un tío mío –agnóstico, por cierto–: «Soy tan egoísta que no puedo no ser generoso». Así encontró su felicidad.


Feliz la que ha creído


En su Magnificat, la Virgen María dijo: “Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”. Y es que Ella, al creer y decir “sí” al plan de Dios, aceptó en su vida, radicalmente, la unidad, la simplicidad y la generosidad. Unida a Dios, simple en su vida y generosa hasta el extremo, María no podía no ser feliz. Que Ella nos alcance la gracia de vivir estas grandes lecciones de la felicidad que se desprenden de la esencia misma de Dios.

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