aortega.net
  • INICIO
  • ITALIANO
  • VIDEOS
  • FOTOS
  • REFLEXIONES
  • ARTICULOS
  • RECONOCIMIENTOS
  • CONTACTO

VIVIR ES INCREÍBLE

1/21/2013

0 Comments

 
Imagen
20 de enero de 2013

El primer milagro

“Vivir es increíble”. Lo dice un eslogan comercial. Pero es cierto. Porque la vida es una fiesta. Más aún, la vida es un milagro cotidiano, sin importar sus circunstancias. Sólo hace falta, quizá, otro milagro para percibirlo. En el Evangelio de hoy, Jesús hace su primer milagro. Era una boda. Y una boda siempre es una fiesta. El milagro de Jesús tuvo –teologías aparte– un objetivo preciso: que la fiesta continuara. Quedó claro desde entonces que Jesús no vino a ser un “aguafiestas” de la humanidad. Por el contrario, vino para que nuestra fiesta no se acabe; más aún, para que suba de nivel. Porque en la mente de Dios, la vida humana debía ser siempre una fiesta. Al menos, ése era el plan original: que el hombre disfrutara por un tiempo del paraíso terrenal–dígase “fiesta maravillosa”– para pasar después a la “fiesta definitiva y total” en el cielo. Sólo que la fiesta del paraíso terrenal sí tuvo su “aguafiestas”. Alguien que no soportó –ni soporta– la felicidad del hombre. Satanás. El pecado original fue la primera experiencia de vacío para el hombre. El primer milagro de Jesús tendría que ser un nuevo y sobreabundante “reabastecimiento” del corazón humano.

 

El vino nuevo del amor

 

El vino es a la fiesta lo que el amor a la vida: su ingrediente más motivador. Sin vino, no hay fiesta; sin amor, tampoco hay vida. Más aún, sin amor, la vida no puede ser fiesta. Así haya mucho de todo lo demás. De nada sirve. Más aún, hastía. Tal vez por eso, el primer milagro de Jesús tenía que materializarse en vino. Tenía que incidir de lleno en la vida humana a través de la alegría. Era la mejor manera de mostrar el verdadero sentido de su poder mesiánico: devolver al hombre la felicidad perdida. Por eso el vino nuevo traído por Jesús a la fiesta fue abundante, de calidad y gratuito.

Vino en abundancia

 

Lo primero que llama la atención del vino nuevo de Jesús es su abundancia. Que se acabara el vino de la boda quizá no fue más que un error de cálculo. Pero el simbolismo es más profundo. La escasez del vino es un símbolo de la insuficiencia humana. Nadie, en realidad, está sobrado de reservas a la hora de afrontar la vida. La vida nos sobrepasa a todos con sus exigencias. Y más cuando lo que exige es amor y más amor. Las reservas de nuestro corazón no son inagotables. Todos nos “cansamos” de amar. Por eso nuestra vida tantas veces deja de ser fiesta. No son las circunstancias adversas; es el “agotamiento del corazón” lo que más le pega a nuestra vida. Jesús viene a nuestra vida a reabastecernos el corazón. «Yo he venido –dice Él– para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).  Esta “vida en abundancia” no es otra cosa que una vida cargada de amor, que es el “vino del corazón”. Por eso, Jesús no se midió en aquella fiesta. La abundancia tenía que ser patente. Y seiscientos litros adicionales de vino –para probablemente no más de trescientos invitados– era una señal suficientemente clara.

 

Vino de calidad

 

La segunda característica del vino nuevo de Cristo fue su calidad. Habiendo sido producto directo de Jesús, aquel vino seguramente no ha tenido igual en toda la historia de los vinos. De nuevo, el simbolismo es maravilloso. El amor nuevo con el que Cristo quiere reabastecernos el corazón no es sólo abundante; es también el más fino, generoso, dulce y motivador. Con un amor así, cualquier vida es fiesta. Y aunque no lo fuera por circunstancias externas, el amor tiene el poder de transformar por dentro cualquier acontecimiento. Una vida impregnada de amor es siempre bella. Al menos fue la experiencia del gran obispo vietnamita, Joseph van Thuan, cuando pasó trece años de su vida en la cárcel por causa de su fe. Su vida no era precisamente una fiesta en la prisión; pero él, con su amor, la llenó de sentido y alegría. «Todos los prisioneros –escribiría más tarde–, incluido yo mismo, esperaban cada minuto su liberación. Pero después decidí: Yo no esperaré; voy a vivir el momento presente colmándolo de amor». El vino nuevo de Jesús le aporta a nuestro corazón una nueva capacidad para colmar de amor cada momento de la vida y llenarlo de alegría. «La vida no será la fiesta que todos deseamos, pero mientras estemos aquí debemos bailar», escribió un autor. “Y amar”, podríamos añadir. Porque el amor, si es de calidad, transforma en fiesta cualquier vida.

 

Vino gratuito

 

Toda fiesta es el lugar por excelencia del compartir. Jesús comparte su vino con los novios para que los novios lo compartan con los demás. De hecho, ninguna bebida se comparte tanto como el vino. Casi no tiene sentido abrir una botella si es para beberlo solo. Así también es nuestra vida. Cuando Cristo renueva nuestra vida en abundancia, lo hace para que podamos “compartirla” de nuevo con los demás. Y esto con un profundo sentido de gratuidad: lo que gratis se recibe, gratis debe darse (cf. Mt 10, 8). La vida nueva en Cristo se comparte. Quien la experimenta, siente que es ese don no puede ser sólo para sí. Por eso hace fiesta –como aparece varias veces en el Evangelio–: para compartir esa alegría con los demás. Pienso que los novios, al verse tan sobrados de vino, ampliaron la fiesta: invitaron a más gente. “Ampliar la fiesta” es un deseo constante de quienes gozan del vino nuevo de Cristo en sus vidas. Ampliar la fiesta es invitar a otros a beber el mismo vino; a hacer la experiencia de la vida en Cristo; a sentir la alegría de estar juntos y con Cristo. Ampliar la fiesta, se diría, es el verdadero objetivo de todo apostolado.

Vivir es increíble

 

Estaba en el aeropuerto y me acababan de cancelar el vuelo; traía unos molestos cólicos y empezaba a preocuparme seriamente la llamada a los organizadores de la conferencia que iba a dar esa misma noche para informarles que no llegaría. ¡Vaya apuro! Fue entonces cuando me topé, en un pasillo del aeropuerto, con aquella publicidad: “Vivir es increíble”. Aquella tarde, la verdad, no me parecía tan increíble que digamos. Pero luego pensé: Que mi vida sea una fiesta no depende tanto de cómo me siento yo sino de cómo hago sentir a los demás. Llevo a Cristo en mi interior. Tengo su “vino nuevo” en mi corazón. Por eso puedo sonreírle al hombre que me anuncia la cancelación del vuelo; puedo ofrecer mis cólicos a Dios pidiendo por alguien que lo necesite; puedo pedir perdón a los organizadores de la conferencia esperando que no me pasen por la guillotina.

María

 

Nada hubiera ocurrido en Caná sin María. Ella accionó el milagro. María es siempre y ante todo la Madre que vela para que no se acabe nuestra fiesta. La fiesta de esta vida, que no es más que el introito de la fiesta que gozaremos en el cielo para siempre. ¡Qué extraordinario poder el de María! Pero sobre todo, ¡qué ternura y amor tan grande nos tiene! En los novios de Caná, María nos ve a todos nosotros. También nuestras reservas de amor y de alegría se agotan frecuentemente. Pero María, con sus ojos y, sobre todo, con su corazón de Madre, lo intuye todo, lo adivina todo, lo anticipa todo. El mayor acierto de los novios fue, sin duda, haberla invitado a su boda. Ésa es la gran lección de este Evangelio. Hagamos lo mismo: invitemos a María a nuestra vida, y tendremos siempre una fiesta.

+


0 Comments



Leave a Reply.

Powered by Create your own unique website with customizable templates.