
AMOR DE HÉROES
P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.
Los santos son los héroes del amor. El Papa Francisco canoniza hoy a Juan XXIII y Juan Pablo II. Al hacerlo, los declara con certeza de fe en el Cielo. No es que fueran inmaculados, sin errores ni defectos. La Iglesia, cuando canoniza a alguien, además de consultar a la Tierra –el sentir del Pueblo de Dios–, y al Cielo –dos milagros– considera la heroicidad de sus virtudes, y en particular de su amor, que es el alma de todas ellas. Juan XXIII fue bien conocido por su bondad de corazón. No sin razón la gente lo llamó “el Papa Bueno”. Juan Pablo II fue bien conocido por su caridad apostólica, que le llevó a los rincones más lejanos de la Tierra. No sin razón la gente lo llamó “el Papa Viajero” o, como una periodista lo definió, “el Huracán Wojtyla”.
Los dos forman parte de una serie sin igual en la historia del Papado. Desde León XIII –célebre por su encíclica “Rerum novarum”– hasta el actual Papa Francisco, pasando por Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, el elenco es de talla extraordinaria, con ya tres santos y varios en proceso. Ellos afrontaron los más grandes desafíos de la Iglesia y de la humanidad durante el siglo XX y lo que va del XXI. Sin duda, el mayor legado de Juan XXIII fue el Concilio Vaticano II; el de Juan Pablo II fue llevar a cabo quizá la tarea más importante que el Concilio emanó: un Catecismo de la Iglesia Católica.
La santidad, como el amor, se gesta en el corazón. Se diría que estos dos Papas tuvieron el corazón en la cabeza y la cabeza en el corazón. Hombres de inusual capacidad intelectual, razonaron siempre en clave de misericordia. Juan XXIII fue el rostro del amor para muchísima gente. ¡Cómo no recordar aquel discurso sin papeles a los presos de la cárcel romana de Regina Coeli! Difícilmente un padre hubiera podido hablar con más ternura a sus hijos. Ya en privado, solía decir que la bondad de corazón no es un don natural sino el salario por el duro trabajo que se hace “ahí dentro”. Juan Pablo II, por su parte, escribió la gran encíclica sobre la misericordia de Dios –la “Dives in misericordia”–, y le asignó un puesto especial en la liturgia al establecer la Fiesta de la Divina Misericordia cada segundo domingo de Pascua. Quiso Dios que Juan Pablo II partiera de este mundo en la víspera de dicha Fiesta, en 2005, y fuera canonizado en esta misma Fiesta, en 2014.
La santidad, como el amor, exige valentía. Hoy se canoniza a dos Papas valientes, cuyo rol trascendió por mucho la vida interna de la Iglesia. En plena guerra fría, en octubre de 1962, Juan XXIII, con oración, inteligencia y mucho valor, medió las negociaciones secretas entre Nikita Khrushchev y John F. Kennedy para dirimir la crisis de los misiles rusos en Cuba, que tuvo al mundo al borde de una tercera guerra mundial, de carácter nuclear e impredecibles consecuencias. Dos décadas después, en noviembre de 1989, Juan Pablo II, con oración, inteligencia y mucho valor, medió las negociaciones secretas entre Ronald Reagan y Mikhail Gorvachev para derribar el muro de Berlín, poniendo fin a la guerra fría.
La Iglesia católica no adora a los santos; los venera, que es muy diferente. Es decir, invita a todos a imitar su ejemplo, acoger su enseñanza y pedir su intercesión. El santoral de la Iglesia se enriquece hoy con dos grandes figuras de nuestro tiempo y, en no pocos casos, de nuestra historia personal. Que esta cercanía nos estimule a considerar la santidad como algo posible, pues ciertamente no hace falta llegar a Papa para serlo. Lo único que se nos pide es un amor de héroes, siempre posible con la ayuda de Dios. aortega@legionaries.org Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor del libro Vicios y virtudes. Actualmente colabora en las oficinas generales de la Legión de Cristo y cursa estudios de especialización en Roma.
P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.
Los santos son los héroes del amor. El Papa Francisco canoniza hoy a Juan XXIII y Juan Pablo II. Al hacerlo, los declara con certeza de fe en el Cielo. No es que fueran inmaculados, sin errores ni defectos. La Iglesia, cuando canoniza a alguien, además de consultar a la Tierra –el sentir del Pueblo de Dios–, y al Cielo –dos milagros– considera la heroicidad de sus virtudes, y en particular de su amor, que es el alma de todas ellas. Juan XXIII fue bien conocido por su bondad de corazón. No sin razón la gente lo llamó “el Papa Bueno”. Juan Pablo II fue bien conocido por su caridad apostólica, que le llevó a los rincones más lejanos de la Tierra. No sin razón la gente lo llamó “el Papa Viajero” o, como una periodista lo definió, “el Huracán Wojtyla”.
Los dos forman parte de una serie sin igual en la historia del Papado. Desde León XIII –célebre por su encíclica “Rerum novarum”– hasta el actual Papa Francisco, pasando por Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, el elenco es de talla extraordinaria, con ya tres santos y varios en proceso. Ellos afrontaron los más grandes desafíos de la Iglesia y de la humanidad durante el siglo XX y lo que va del XXI. Sin duda, el mayor legado de Juan XXIII fue el Concilio Vaticano II; el de Juan Pablo II fue llevar a cabo quizá la tarea más importante que el Concilio emanó: un Catecismo de la Iglesia Católica.
La santidad, como el amor, se gesta en el corazón. Se diría que estos dos Papas tuvieron el corazón en la cabeza y la cabeza en el corazón. Hombres de inusual capacidad intelectual, razonaron siempre en clave de misericordia. Juan XXIII fue el rostro del amor para muchísima gente. ¡Cómo no recordar aquel discurso sin papeles a los presos de la cárcel romana de Regina Coeli! Difícilmente un padre hubiera podido hablar con más ternura a sus hijos. Ya en privado, solía decir que la bondad de corazón no es un don natural sino el salario por el duro trabajo que se hace “ahí dentro”. Juan Pablo II, por su parte, escribió la gran encíclica sobre la misericordia de Dios –la “Dives in misericordia”–, y le asignó un puesto especial en la liturgia al establecer la Fiesta de la Divina Misericordia cada segundo domingo de Pascua. Quiso Dios que Juan Pablo II partiera de este mundo en la víspera de dicha Fiesta, en 2005, y fuera canonizado en esta misma Fiesta, en 2014.
La santidad, como el amor, exige valentía. Hoy se canoniza a dos Papas valientes, cuyo rol trascendió por mucho la vida interna de la Iglesia. En plena guerra fría, en octubre de 1962, Juan XXIII, con oración, inteligencia y mucho valor, medió las negociaciones secretas entre Nikita Khrushchev y John F. Kennedy para dirimir la crisis de los misiles rusos en Cuba, que tuvo al mundo al borde de una tercera guerra mundial, de carácter nuclear e impredecibles consecuencias. Dos décadas después, en noviembre de 1989, Juan Pablo II, con oración, inteligencia y mucho valor, medió las negociaciones secretas entre Ronald Reagan y Mikhail Gorvachev para derribar el muro de Berlín, poniendo fin a la guerra fría.
La Iglesia católica no adora a los santos; los venera, que es muy diferente. Es decir, invita a todos a imitar su ejemplo, acoger su enseñanza y pedir su intercesión. El santoral de la Iglesia se enriquece hoy con dos grandes figuras de nuestro tiempo y, en no pocos casos, de nuestra historia personal. Que esta cercanía nos estimule a considerar la santidad como algo posible, pues ciertamente no hace falta llegar a Papa para serlo. Lo único que se nos pide es un amor de héroes, siempre posible con la ayuda de Dios. aortega@legionaries.org Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor del libro Vicios y virtudes. Actualmente colabora en las oficinas generales de la Legión de Cristo y cursa estudios de especialización en Roma.