CAMINO Y COMPAÑERO
Alejandro Ortega Trillo
Cada año se empieza con esfuerzo. Le llamamos “la cuesta de enero”. Se afronta un largo mes con el bolsillo escaso, quizá con deudas, por el costo de traducir en consumibles el afecto. Pero más allá del ámbito económico, el año se presenta como un gran horizonte de nuevos esfuerzos. No faltará quien tenga su lista con la esperanza de cumplir algún sueño.
Todo esfuerzo exige energía y dirección. La dirección sin energía no lleva a ningún lado; y la energía sin dirección se desparrama. ¡Qué fácil sería empezar el año con grandes reservas de energía y una orientación clara! Pero la vida desgasta y muchas veces también extravía. Además de cansancios, cada día nos trae nuevas disyuntivas que ponen a prueba las sendas ya tomadas. El mercado ofrece un sinnúmero de libros y cursos sobre cómo definir las metas, alinear los objetivos y administrar mejor nuestros recursos.
Juan el Bautista no estudió nada de esto. Desde el seno de su madre recibió el Espíritu y no le hizo falta más sabiduría. Cuando apareció Jesús, no dudó en indicarnos para siempre dónde poner nuestros esfuerzos: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. No sería la única vez que el Bautista daría testimonio de Jesús. Lo hizo también cuando sus discípulos vinieron donde él para decirle que Jesús estaba bautizando. En lugar de recelar respondió con una de las frases más humildes de la Biblia: “Conviene que Él crezca y que yo disminuya”. De hecho, dos de sus discípulos le dejaron y siguieron a Jesús: Andrés y Juan –el futuro evangelista–. Debemos, pues, a su humildad, dos apóstoles y un evangelio.
Los verdaderos profetas más que predecir el futuro señalan el camino a seguir. Un profeta no es un adivino, es un guía. Juan señala a Jesús como “Aquél a quien seguir”. Sin embargo, al decir que Él es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, deja ver desde el primer momento que Jesús no viene a darnos una filosofía sino su vida; no viene a trazar un camino de nuevos compromisos sino de liberación; no viene a poner cargas sino a quitarlas, sobre todo la mayor de ellas: el pecado; no viene a ser sólo ideal o meta sino también camino y compañero. Por eso, nadie debería afrontar la vida solo, ni avanzar a ciegas, ni desesperar de su fragilidad, ni llevar el fardo de su pasado a cuestas. Hay camino y hay compañero. Como camino Jesús es bastante claro; como compañero, bastante acomedido. ¿Qué más necesitamos?
Jesús no obliga ni a caminar por su camino ni a hacerlo en su compañía. Él sólo invita. Pero una cosa es cierta: con Él o sin Él sí hay diferencia. La vida es otra. Y estoy hablando tanto de los grandes retos que todos tenemos en la vida, como de los esfuerzos concretos y de las actividades múltiples que nos desgastan y consumen en el día a día. El Papa Francisco escribió en este sentido: “El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado” (Evangelii gaudium 82).
Estamos todavía en los primeros días del año. Más que discernir esfuerzos habría que discernir con qué actitud los afrontamos. Si los afrontamos solos o con un buen compañero. Especialmente los esfuerzos morales y espirituales. Porque más que seguidores esforzados, Jesús quiere seguidores enamorados, que se dejan tocar por su gracia y gozan así de una extraordinaria libertad. Sólo entonces están también en condición de hacer otros esfuerzos.
Alejandro Ortega Trillo
Cada año se empieza con esfuerzo. Le llamamos “la cuesta de enero”. Se afronta un largo mes con el bolsillo escaso, quizá con deudas, por el costo de traducir en consumibles el afecto. Pero más allá del ámbito económico, el año se presenta como un gran horizonte de nuevos esfuerzos. No faltará quien tenga su lista con la esperanza de cumplir algún sueño.
Todo esfuerzo exige energía y dirección. La dirección sin energía no lleva a ningún lado; y la energía sin dirección se desparrama. ¡Qué fácil sería empezar el año con grandes reservas de energía y una orientación clara! Pero la vida desgasta y muchas veces también extravía. Además de cansancios, cada día nos trae nuevas disyuntivas que ponen a prueba las sendas ya tomadas. El mercado ofrece un sinnúmero de libros y cursos sobre cómo definir las metas, alinear los objetivos y administrar mejor nuestros recursos.
Juan el Bautista no estudió nada de esto. Desde el seno de su madre recibió el Espíritu y no le hizo falta más sabiduría. Cuando apareció Jesús, no dudó en indicarnos para siempre dónde poner nuestros esfuerzos: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. No sería la única vez que el Bautista daría testimonio de Jesús. Lo hizo también cuando sus discípulos vinieron donde él para decirle que Jesús estaba bautizando. En lugar de recelar respondió con una de las frases más humildes de la Biblia: “Conviene que Él crezca y que yo disminuya”. De hecho, dos de sus discípulos le dejaron y siguieron a Jesús: Andrés y Juan –el futuro evangelista–. Debemos, pues, a su humildad, dos apóstoles y un evangelio.
Los verdaderos profetas más que predecir el futuro señalan el camino a seguir. Un profeta no es un adivino, es un guía. Juan señala a Jesús como “Aquél a quien seguir”. Sin embargo, al decir que Él es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, deja ver desde el primer momento que Jesús no viene a darnos una filosofía sino su vida; no viene a trazar un camino de nuevos compromisos sino de liberación; no viene a poner cargas sino a quitarlas, sobre todo la mayor de ellas: el pecado; no viene a ser sólo ideal o meta sino también camino y compañero. Por eso, nadie debería afrontar la vida solo, ni avanzar a ciegas, ni desesperar de su fragilidad, ni llevar el fardo de su pasado a cuestas. Hay camino y hay compañero. Como camino Jesús es bastante claro; como compañero, bastante acomedido. ¿Qué más necesitamos?
Jesús no obliga ni a caminar por su camino ni a hacerlo en su compañía. Él sólo invita. Pero una cosa es cierta: con Él o sin Él sí hay diferencia. La vida es otra. Y estoy hablando tanto de los grandes retos que todos tenemos en la vida, como de los esfuerzos concretos y de las actividades múltiples que nos desgastan y consumen en el día a día. El Papa Francisco escribió en este sentido: “El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado” (Evangelii gaudium 82).
Estamos todavía en los primeros días del año. Más que discernir esfuerzos habría que discernir con qué actitud los afrontamos. Si los afrontamos solos o con un buen compañero. Especialmente los esfuerzos morales y espirituales. Porque más que seguidores esforzados, Jesús quiere seguidores enamorados, que se dejan tocar por su gracia y gozan así de una extraordinaria libertad. Sólo entonces están también en condición de hacer otros esfuerzos.
