
Viajaba por carretera de Xalapa a Veracruz. Delante iba un autobús de pasajeros con esta indicación: «Por favor, no suene el claxon: gente descifrando sentimientos». Quizá no todos ocupaban así su tiempo. Pero es cierto que en cualquier viaje no faltan ventanillas para asomarse al panorama interior; a ese paisaje dibujado en buena medida por los sentimientos, cuya tinta revela, en gama infinita de matices, la condición de nuestro espíritu.
Descifrar los sentimientos forma parte de la labor de introspección que los autores espirituales llaman «discernimiento». Todo sentimiento de tristeza, alegría, vacío, plenitud, frustración, angustia, serenidad, susceptibilidad, seguridad, o de cualquier otro tipo, pide tal discernimiento para descubrir su origen, su fundamento, su veracidad, y así orientar mejor nuestras decisiones en el futuro.
Jesús dijo en una ocasión que Él vino «para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). En estas pocas frases, que encierran el núcleo de su misión, Jesús se refiere en tres ocasiones a la noción de libertad; dos de modo explícito y una, implícito; porque en la tradición judía, el «año de gracia» constituía el tiempo de liberar a los esclavos y de condonar las deudas.
Hoy se ha abolido la esclavitud. Pero sigue habiendo esclavitudes muy terribles. Cárceles sí hay; casi todas llenas. Pero la mayoría de los presos andamos por la calle, circulando en aparente libertad. Porque las prisiones no son sólo las de rejas metálicas y alambres de púas; las hay, y muchísimas más, hechas de límites y condicionamientos interiores. Así, no pocos se dejan recluir en la cárcel de la presión social, en las celdas estrechas del «qué dirán» y de las expectativas de los demás. Otros permanecen en el calabozo de la concupiscencia, aherrojados con grilletes de lujuria, avaricia y soberbia. Otros yacen en las oscuras mazmorras de la negatividad, del rencor, de la amargura, de los miedos y complejos. Y quizá la mayoría transcurre sus días y noches en el inmenso galerón de la monotonía, de la superficialidad, del desencanto, de la rutina sin sentido.
Descifrar los sentimientos ayuda no sólo a percatarse de la propia cárcel, sino también a desenmascarar esos mismos sentimientos, sobre todo cuando son contrarios. Bien lo saben los psicólogos: la mayoría de nuestros sentimientos negativos son infundados; se basan en una visión distorsionada de la realidad. Y tienen razón. Porque la realidad es que Jesús ya vino a liberarnos de todos esos cautiverios: vino a darnos luz para salir de cualquier oscuridad; vino a romper los grilletes de nuestros vicios; vino a rescatarnos de toda prisión que limita o enferma nuestra vida; vino a anunciarnos la buena noticia de su Presencia, a saldar toda deuda y a reconstruir nuestra alegría.
El año de gracia del Señor hoy se llama en la Iglesia «Jubileo Extraordinario de la Misericordia». Dios nos conceda en este año la valentía para descifrar nuestros sentimientos y reconocer, sí, que hemos sido presos; pero también la inteligencia para reeducar y corregir esos mismos sentimientos, porque ya son infundados. Y ojalá que cada uno, al cruzar el umbral de la Puerta Santa, se conmueva escuchando en su interior, igual que un preso de muchos años, una voz que le dice: «¡Estás en libertad!». aortega@legionaries.org; www.aortega.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal en Roma.