
DESDE DENTRO
Alejandro Ortega Trillo
Hay dos maneras de ayudar a los demás: desde fuera y desde dentro. Ayudar desde fuera es lo más común. Y no es poco. Muchas veces es casi lo único posible. Sin embargo, ayudar desde dentro es, sin duda, mucho más “performativo”, para usar un neologismo del Papa Benedicto XVI. Quien ayuda desde dentro puede transformar la realidad del otro. Ciertamente, ayudar desde dentro supone comprometerse y asumir peligros.
Cuando Jesús, el Hijo de Dios, vino al mundo, corrió todos los riesgos. Y bien sabemos cómo terminó. Pero así transformó nuestra realidad. Después de Cristo, el mundo ya no es el mismo. Él quiso recorrer por su propio pie cada segmento de la vida humana, desde la gestación hasta la muerte. En el plano religioso, también pasó por el bautismo. Un buen día se metió en el río Jordán y se hizo bautizar por Juan. No necesitaba purificarse, pero quería “involucrarse”. Fue una primera señal de que Él venía a arremangarse, a meter no sólo las manos sino el cuerpo entero por nosotros; venía “a mojarse” –nunca mejor dicho–.
Pero el suyo fue un “bautismo invertido”: su inmersión en el río purificó las aguas del Jordán y, de paso, todos los ríos por los que discurre líquida, inexorable nuestra vida, por tantos cauces como personas hay sobre la tierra. Así entró en nuestra historia viva para transformarla “desde dentro”. Así amansó las aguas de los ríos encrespados por la soberbia, el afán de destacar, la envidia, la presunción, la prepotencia. Para bautizarse, Jesús se puso en la fila, como uno más, y esperó su turno. Y no se bautizó a sí mismo: se hizo bautizar por otro, por su precursor. Nos ayudó así a ver que nuestra vida avanza, crece y se purifica como el agua de los ríos, discurriendo siempre hacia abajo.
El bautismo de Jesús fue también un acto de obediencia. Ante todo a Dios mismo, cuya voz se dejó escuchar precisamente en ese momento: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Jesús, con su obediencia, quiso purificar a la humanidad de todas sus desobediencias y rebeldías, sobre todo a la ley de Dios, que es la ley del amor. La obediencia de Jesús fue una actitud fundamental de toda su existencia terrena, con gestos y actos muy concretos. Jesús se sometió a sus padres, se sometió a las leyes de la naturaleza y de la sociedad, se sometió a las prácticas religiosas de su tiempo, se sometió a los “acontecimientos”. No fue una obediencia ciega. Fue una obediencia amorosa. Toda su vida fue un acto de obediencia hecho servicio a los demás. Como escribió José Luis Martín Descalzo, “Jesús, el Hijo de Dios, vino a servir: si querían ver, les daba la vista; si caminar, les permitía caminar; si resucitar a su hija, la resucitaba; si vino, vino; si pan, pan; incluso cuando quisieron que muriera, murió. Una sola fuerza: el amor”.
El bautismo de Jesús fue también un acto de justicia. Mientras Juan se resistía a bautizarlo, Jesús le aclara: “Conviene que cumplamos toda justicia”. Quiso así purificar todas las injusticias cometidas a lo largo de la historia y sanar sus consecuencias. Jesús se sumergió en el Jordán para ayudarnos a entender que Él estaría siempre “dentro”, presente y operante, en todo acto de justicia, y especialmente de esa justicia gratuita e incondicional llamada perdón.
Jesús siempre hizo lo que no le tocaba hacer. Siendo Dios, se hizo hombre; siendo grande, de hizo pequeño; siendo puro, se hizo purificar; siendo rey, se hizo siervo; siendo inocente, pagó las deudas que no debía; siendo el autor de la vida, se dejó morir. En el Jordán, Jesús se involucró para siempre con nuestra humanidad; se metió de lleno, se “mojó” hasta arriba: vino a ayudarnos desde dentro. aortega@legionaries.org
Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor del libro Vicios y virtudes. Actualmente colabora en las oficinas generales de la Legión de Cristo y cursa estudios de especialización en Roma.
Alejandro Ortega Trillo
Hay dos maneras de ayudar a los demás: desde fuera y desde dentro. Ayudar desde fuera es lo más común. Y no es poco. Muchas veces es casi lo único posible. Sin embargo, ayudar desde dentro es, sin duda, mucho más “performativo”, para usar un neologismo del Papa Benedicto XVI. Quien ayuda desde dentro puede transformar la realidad del otro. Ciertamente, ayudar desde dentro supone comprometerse y asumir peligros.
Cuando Jesús, el Hijo de Dios, vino al mundo, corrió todos los riesgos. Y bien sabemos cómo terminó. Pero así transformó nuestra realidad. Después de Cristo, el mundo ya no es el mismo. Él quiso recorrer por su propio pie cada segmento de la vida humana, desde la gestación hasta la muerte. En el plano religioso, también pasó por el bautismo. Un buen día se metió en el río Jordán y se hizo bautizar por Juan. No necesitaba purificarse, pero quería “involucrarse”. Fue una primera señal de que Él venía a arremangarse, a meter no sólo las manos sino el cuerpo entero por nosotros; venía “a mojarse” –nunca mejor dicho–.
Pero el suyo fue un “bautismo invertido”: su inmersión en el río purificó las aguas del Jordán y, de paso, todos los ríos por los que discurre líquida, inexorable nuestra vida, por tantos cauces como personas hay sobre la tierra. Así entró en nuestra historia viva para transformarla “desde dentro”. Así amansó las aguas de los ríos encrespados por la soberbia, el afán de destacar, la envidia, la presunción, la prepotencia. Para bautizarse, Jesús se puso en la fila, como uno más, y esperó su turno. Y no se bautizó a sí mismo: se hizo bautizar por otro, por su precursor. Nos ayudó así a ver que nuestra vida avanza, crece y se purifica como el agua de los ríos, discurriendo siempre hacia abajo.
El bautismo de Jesús fue también un acto de obediencia. Ante todo a Dios mismo, cuya voz se dejó escuchar precisamente en ese momento: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Jesús, con su obediencia, quiso purificar a la humanidad de todas sus desobediencias y rebeldías, sobre todo a la ley de Dios, que es la ley del amor. La obediencia de Jesús fue una actitud fundamental de toda su existencia terrena, con gestos y actos muy concretos. Jesús se sometió a sus padres, se sometió a las leyes de la naturaleza y de la sociedad, se sometió a las prácticas religiosas de su tiempo, se sometió a los “acontecimientos”. No fue una obediencia ciega. Fue una obediencia amorosa. Toda su vida fue un acto de obediencia hecho servicio a los demás. Como escribió José Luis Martín Descalzo, “Jesús, el Hijo de Dios, vino a servir: si querían ver, les daba la vista; si caminar, les permitía caminar; si resucitar a su hija, la resucitaba; si vino, vino; si pan, pan; incluso cuando quisieron que muriera, murió. Una sola fuerza: el amor”.
El bautismo de Jesús fue también un acto de justicia. Mientras Juan se resistía a bautizarlo, Jesús le aclara: “Conviene que cumplamos toda justicia”. Quiso así purificar todas las injusticias cometidas a lo largo de la historia y sanar sus consecuencias. Jesús se sumergió en el Jordán para ayudarnos a entender que Él estaría siempre “dentro”, presente y operante, en todo acto de justicia, y especialmente de esa justicia gratuita e incondicional llamada perdón.
Jesús siempre hizo lo que no le tocaba hacer. Siendo Dios, se hizo hombre; siendo grande, de hizo pequeño; siendo puro, se hizo purificar; siendo rey, se hizo siervo; siendo inocente, pagó las deudas que no debía; siendo el autor de la vida, se dejó morir. En el Jordán, Jesús se involucró para siempre con nuestra humanidad; se metió de lleno, se “mojó” hasta arriba: vino a ayudarnos desde dentro. aortega@legionaries.org
Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor del libro Vicios y virtudes. Actualmente colabora en las oficinas generales de la Legión de Cristo y cursa estudios de especialización en Roma.