
EL AROMA DE TU CORAZÓN
P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.
Jesús nació judío, pero su obra y su palabra fueron más allá del judaísmo. Él exigió más que Moisés y excedió con su enseñanza los mandamientos del decálogo. Bastan dos ejemplos: para Jesús, el insulto es homicidio y la mirada lasciva es adulterio. Esta exigencia, sin embargo, es la revelación de una nueva mirada de Dios sobre el hombre. Ante todo, una mirada de amor. La vida cristiana se fragua en el corazón. Ahí donde el espíritu percibe y acepta el compromiso y las exigencias del amor. La pedagogía cristiana es un camino de crecimiento en el amor. Nadie puede ser cristiano sin crecer; sin subir, aunque sea lentamente, los peldaños del amor. Por eso, Jesús apela también al corazón. Como el coach que aparece en la película “Facing the Giants” y que solía repetir a sus muchachos: “tu actitud es el aroma de tu corazón”. Si tu actitud huele mal, tu corazón no anda bien. Y tu actitud huele mal si huele a derrota, a pesimismo, a excesiva fragilidad. Si tu actitud, en cambio, es la de ir más lejos, la de dar más, la de conquistar pequeñas victorias, tu corazón huele bien. Con esto en mente, el coach logró que su jugador más escéptico rebasara su propia expectativa en un entrenamiento vendándole los ojos y haciéndole avanzar por el campo con otro jugador a cuestas mientras le gritaba al oído: “¡Avanza! ¡No te rindas! ¡Dame lo mejor de tu corazón!”.
Cuando Dios nos exige también nos mira con confianza. Sabe que todos podemos, con su gracia, dar más; alcanzar una mejor versión de nosotros mismos. Él sueña con nuestra plenitud como personas y como cristianos. Nos quiere enteros porque sabe que de esa integridad depende, en buena medida, nuestra felicidad en esta vida. Por eso, cuando nos mira suele decirnos: “vas bien” –no obstante la realidad de nuestras miserias–; pero añade: “puedes ir mejor”, porque siempre nos ve espacio por dónde crecer. Jesús es indulgente y exigente al mismo tiempo.
Pero Dios no exige sin dar primero. Su mirada viene acompañada de una gracia, de un don anunciado en el Antiguo Testamento y concedido en el Nuevo: “Yo les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que se conduzcan según mis preceptos y observen y practiquen mis normas” (Ez. 36, 26 – 27). El corazón cristiano es un don maravilloso: un arsenal de posibilidades, aperturas y generosidades; es un corazón capaz de desafiar siempre de nuevo las prohibiciones que busca imponerle el egoísmo, antítesis de la verdadera ley cristiana. Porque lo único prohibido, en realidad, es no amar suficientemente. Es lo que expresó a su modo el poeta Pablo Neruda: “Queda prohibido llorar sin aprender; levantarte un día sin saber qué hacer. Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños. Queda prohibido no intentar comprender a las personas, pensar que sus vidas valen menos que la tuya, no saber que cada uno tiene su camino y su dicha. Queda prohibido no crear tu historia, no tener un momento para la gente que te necesita, no comprender que lo que la vida te da también te lo quita. Queda prohibido no buscar tu felicidad, no vivir tu vida con una actitud positiva, no pensar en que podemos ser mejores, no sentir que sin ti este mundo no sería igual”.
Sí, la ley de Cristo es exigente, porque se desprende de una mirada de amor, de confianza y de gracia; de una mirada divina que parece repetirnos cada día: dame tu mejor actitud; dame tu mejor esfuerzo; dame el mejor aroma de tu corazón. aortega@legionaries.org
P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.
Jesús nació judío, pero su obra y su palabra fueron más allá del judaísmo. Él exigió más que Moisés y excedió con su enseñanza los mandamientos del decálogo. Bastan dos ejemplos: para Jesús, el insulto es homicidio y la mirada lasciva es adulterio. Esta exigencia, sin embargo, es la revelación de una nueva mirada de Dios sobre el hombre. Ante todo, una mirada de amor. La vida cristiana se fragua en el corazón. Ahí donde el espíritu percibe y acepta el compromiso y las exigencias del amor. La pedagogía cristiana es un camino de crecimiento en el amor. Nadie puede ser cristiano sin crecer; sin subir, aunque sea lentamente, los peldaños del amor. Por eso, Jesús apela también al corazón. Como el coach que aparece en la película “Facing the Giants” y que solía repetir a sus muchachos: “tu actitud es el aroma de tu corazón”. Si tu actitud huele mal, tu corazón no anda bien. Y tu actitud huele mal si huele a derrota, a pesimismo, a excesiva fragilidad. Si tu actitud, en cambio, es la de ir más lejos, la de dar más, la de conquistar pequeñas victorias, tu corazón huele bien. Con esto en mente, el coach logró que su jugador más escéptico rebasara su propia expectativa en un entrenamiento vendándole los ojos y haciéndole avanzar por el campo con otro jugador a cuestas mientras le gritaba al oído: “¡Avanza! ¡No te rindas! ¡Dame lo mejor de tu corazón!”.
Cuando Dios nos exige también nos mira con confianza. Sabe que todos podemos, con su gracia, dar más; alcanzar una mejor versión de nosotros mismos. Él sueña con nuestra plenitud como personas y como cristianos. Nos quiere enteros porque sabe que de esa integridad depende, en buena medida, nuestra felicidad en esta vida. Por eso, cuando nos mira suele decirnos: “vas bien” –no obstante la realidad de nuestras miserias–; pero añade: “puedes ir mejor”, porque siempre nos ve espacio por dónde crecer. Jesús es indulgente y exigente al mismo tiempo.
Pero Dios no exige sin dar primero. Su mirada viene acompañada de una gracia, de un don anunciado en el Antiguo Testamento y concedido en el Nuevo: “Yo les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que se conduzcan según mis preceptos y observen y practiquen mis normas” (Ez. 36, 26 – 27). El corazón cristiano es un don maravilloso: un arsenal de posibilidades, aperturas y generosidades; es un corazón capaz de desafiar siempre de nuevo las prohibiciones que busca imponerle el egoísmo, antítesis de la verdadera ley cristiana. Porque lo único prohibido, en realidad, es no amar suficientemente. Es lo que expresó a su modo el poeta Pablo Neruda: “Queda prohibido llorar sin aprender; levantarte un día sin saber qué hacer. Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños. Queda prohibido no intentar comprender a las personas, pensar que sus vidas valen menos que la tuya, no saber que cada uno tiene su camino y su dicha. Queda prohibido no crear tu historia, no tener un momento para la gente que te necesita, no comprender que lo que la vida te da también te lo quita. Queda prohibido no buscar tu felicidad, no vivir tu vida con una actitud positiva, no pensar en que podemos ser mejores, no sentir que sin ti este mundo no sería igual”.
Sí, la ley de Cristo es exigente, porque se desprende de una mirada de amor, de confianza y de gracia; de una mirada divina que parece repetirnos cada día: dame tu mejor actitud; dame tu mejor esfuerzo; dame el mejor aroma de tu corazón. aortega@legionaries.org