
EL REY
Alejandro Ortega Trillo
Jesucristo es el Rey del Universo. Lo anuncia la Iglesia Católica con una liturgia apocalíptica que no deja lugar a dudas. Cabe reconocer, sin embargo, que ese reinado todavía no se manifiesta en plenitud. Inmensas parcelas del mundo, grandes espacios y realidades sociales, muchos hogares y corazones aún no aceptan del todo a Cristo como Rey.
Una cosa es cierta: el día de su reinado en plenitud llegará. Y así como habrá un gran apocalipsis universal, cada hombre y cada mujer tendrá su propio apocalipsis personal, en el que Cristo finalmente reinará. Quienes acepten la salvación en Cristo vivirán ese momento decisivo de su historia como el “día de la coronación” del Rey en su alma.
Ese día le darán a Cristo una corona, un centro, un manto real y un trono desde el cual Él reinará en ellos por los siglos.
Le darán una corona. Símbolo de los pensamientos, que finalmente serán todos suyos. La memoria, que Él purificará; los proyectos y los planes; cada pensamiento tendrá la clarividencia propia del amor. No habrá más titubeos ni dudas de fe. No habrá más ideas oscuras ni tormentosas; sólo luminosas intuiciones y verdades resplandecientes.
Le darán un cetro; es decir, un “bastón de mando”. Símbolo de una voluntad que quedará por fin rendida a la de Cristo. No habrá más cansancios, ni fatigas, ni intenciones torcidas, ni pasos en falso, ni tendencias dañinas, ni inclinaciones nefastas. El propio querer será uno mismo con el querer de Dios. Él gobernará la vida del hombre, y nunca experimentará el hombre una vida más libre. Sabrá por fin lo que es vivir el abandono en la voluntad de Dios.
Le darán un manto real para cubrir su cuerpo. Símbolo del propio cuerpo, de la sensibilidad, de la piel. De ese cuerpo que quizá muchas veces ha sido prenda de placer desordenado, de vanidad, de excesivo mimo sin caer en la cuenta de la desnudez de los demás. Ya no será cuerpo; será manto puro, radiante, “cristificado”. Será un cuerpo verdaderamente hermoso, como es todo cuerpo humano cuando se deja poseer por Cristo. Será un cuerpo disponible para amar, para abrazar, para tender las manos a los demás. Será un cuerpo consciente de su dignidad de ser “templo de Dios” y “manto de Cristo”.
Le darán un trono. Es decir, un asiento digno de un Rey. Símbolo del corazón. Aquel día, Cristo tomará posesión de todos los corazones. Cada corazón será una cátedra desde la que Él impartirá sólo lecciones de amor. No habrá más corazones divididos entre el bien y el mal; ni corazones amargados por rencores o frustraciones; ni corazones heridos por amores no correspondidos; ni corazones endurecidos por egoísmos o racionalismos; ni corazones arrugados por decepciones y desencantos. Serán todos corazones brillantes, rebosantes de alegría; corazones suaves pero fuertes y macizos; corazones lisos, sin repliegues ni aristas, prontos para soportar el peso de Cristo, revestido con la piel de cualquier hermano.
Sí, ese día llegará… Pero te pregunto y me pregunto: ¿no es posible anticipar ese día? ¿No es posible que se dé hoy un inicio en nuestra vida de eso que será la vida eterna cuando Cristo sea el Rey de toda vida? Lo que hace falta es entregarle ahora, aunque sea de modo torpe y con titubeos, pero con gran deseo, nuestros pensamientos, nuestra voluntad, nuestro cuerpo y nuestro corazón. Si cabe en Él una impaciencia es la de reinar en cada corazón y así hacerlo feliz. Porque, cuando Él reina, lo hace con bondad, con delicadeza, con finura, con misericordia; como un nuevo y definitivo “Rey Midas”, que todo lo que toca lo transforma no en oro sino en amor, y así lo hace suave, dulce y llevadero. aortega@legionaries.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente coordina la pastoral familiar del Movimiento Regnum Christi y trabaja apostólicamente en Roma.
Alejandro Ortega Trillo
Jesucristo es el Rey del Universo. Lo anuncia la Iglesia Católica con una liturgia apocalíptica que no deja lugar a dudas. Cabe reconocer, sin embargo, que ese reinado todavía no se manifiesta en plenitud. Inmensas parcelas del mundo, grandes espacios y realidades sociales, muchos hogares y corazones aún no aceptan del todo a Cristo como Rey.
Una cosa es cierta: el día de su reinado en plenitud llegará. Y así como habrá un gran apocalipsis universal, cada hombre y cada mujer tendrá su propio apocalipsis personal, en el que Cristo finalmente reinará. Quienes acepten la salvación en Cristo vivirán ese momento decisivo de su historia como el “día de la coronación” del Rey en su alma.
Ese día le darán a Cristo una corona, un centro, un manto real y un trono desde el cual Él reinará en ellos por los siglos.
Le darán una corona. Símbolo de los pensamientos, que finalmente serán todos suyos. La memoria, que Él purificará; los proyectos y los planes; cada pensamiento tendrá la clarividencia propia del amor. No habrá más titubeos ni dudas de fe. No habrá más ideas oscuras ni tormentosas; sólo luminosas intuiciones y verdades resplandecientes.
Le darán un cetro; es decir, un “bastón de mando”. Símbolo de una voluntad que quedará por fin rendida a la de Cristo. No habrá más cansancios, ni fatigas, ni intenciones torcidas, ni pasos en falso, ni tendencias dañinas, ni inclinaciones nefastas. El propio querer será uno mismo con el querer de Dios. Él gobernará la vida del hombre, y nunca experimentará el hombre una vida más libre. Sabrá por fin lo que es vivir el abandono en la voluntad de Dios.
Le darán un manto real para cubrir su cuerpo. Símbolo del propio cuerpo, de la sensibilidad, de la piel. De ese cuerpo que quizá muchas veces ha sido prenda de placer desordenado, de vanidad, de excesivo mimo sin caer en la cuenta de la desnudez de los demás. Ya no será cuerpo; será manto puro, radiante, “cristificado”. Será un cuerpo verdaderamente hermoso, como es todo cuerpo humano cuando se deja poseer por Cristo. Será un cuerpo disponible para amar, para abrazar, para tender las manos a los demás. Será un cuerpo consciente de su dignidad de ser “templo de Dios” y “manto de Cristo”.
Le darán un trono. Es decir, un asiento digno de un Rey. Símbolo del corazón. Aquel día, Cristo tomará posesión de todos los corazones. Cada corazón será una cátedra desde la que Él impartirá sólo lecciones de amor. No habrá más corazones divididos entre el bien y el mal; ni corazones amargados por rencores o frustraciones; ni corazones heridos por amores no correspondidos; ni corazones endurecidos por egoísmos o racionalismos; ni corazones arrugados por decepciones y desencantos. Serán todos corazones brillantes, rebosantes de alegría; corazones suaves pero fuertes y macizos; corazones lisos, sin repliegues ni aristas, prontos para soportar el peso de Cristo, revestido con la piel de cualquier hermano.
Sí, ese día llegará… Pero te pregunto y me pregunto: ¿no es posible anticipar ese día? ¿No es posible que se dé hoy un inicio en nuestra vida de eso que será la vida eterna cuando Cristo sea el Rey de toda vida? Lo que hace falta es entregarle ahora, aunque sea de modo torpe y con titubeos, pero con gran deseo, nuestros pensamientos, nuestra voluntad, nuestro cuerpo y nuestro corazón. Si cabe en Él una impaciencia es la de reinar en cada corazón y así hacerlo feliz. Porque, cuando Él reina, lo hace con bondad, con delicadeza, con finura, con misericordia; como un nuevo y definitivo “Rey Midas”, que todo lo que toca lo transforma no en oro sino en amor, y así lo hace suave, dulce y llevadero. aortega@legionaries.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente coordina la pastoral familiar del Movimiento Regnum Christi y trabaja apostólicamente en Roma.