
EQUIPO DIVINO
Alejandro Ortega Trillo
Dios es un misterio: tres Personas Divinas, pero no tres dioses, sino un solo Dios. Así de breve, y así de incomprensible. Más allá de las elucubraciones teológicas, el misterio de la Santísima Trinidad ofrece una clara lección: el valor de la unidad como secreto de toda fuerza, fecundidad y felicidad. Las investigaciones más recientes –como las de Patrick Lencioni– sobre el trabajo en equipo apuntan en esta dirección.
Se diría que el primer equipo de trabajo en absoluto ha sido y es Dios mismo. La Trinidad es un “Equipo” de Personas Divinas, de compromiso total y eficiencia infinita. La Trinidad no comete los “cinco errores” o disfunciones que, según Lencioni, suelen afectar a los equipos humanos. El hombre finge ser invulnerable y desconfía; teme conflictos y construye paces falsas y armonías superficiales; es ambiguo y no se compromete; tiende a la mediocridad y huye de la rendición de cuentas; es egoísta y antepone su bienestar al resultado global y al bien común.
Dios no conoce barreras. Entre el Padre y el Hijo no hay división alguna. La comunicación es plena y la sintonía, absoluta. Porque el Amor entre ellos es tan intenso y total, que resulta también Persona Divina: el Espíritu Santo. Él es el Vínculo indisoluble, la Transparencia recíproca, la Confianza mutua entre el Padre y el Hijo. También para el hombre, Dios abatió una barrera infranqueable: su invulnerabilidad divina. Por amor renunció a ella; se hizo vulnerable: se dejó herir por el pecado del hombre; y después, encarnado, se confió a la humanidad, hasta morir por ella.
Dios no teme conflictos. Ante todo, porque las Personas Divinas viven en un acuerdo permanente y total. La paz de Dios es imperturbable porque su unidad no es meramente “funcional” sino “vivencial”. Dios es “Vida en común” o, mejor, “Comunión”. Tampoco teme conflictos con sus creaturas. La Trinidad es Sociedad perfecta, pero no cerrada sino abierta; tanto, que no excluye de su Comunión al hombre. Más aún, es su sueño de siempre. Eso es la gracia. Lejos de pasar sólo por alto la indignidad del ser humano –sería una falsa comunión– lo transforma y eleva al rango divino para admitirlo así, por adopción, en la intimidad de su Comunión Trinitaria.
Dios no conoce la ambigüedad. Cuando decide algo, lo decide desde siempre y para siempre. En Él no hay titubeos; muchísimo menos, compromisos a medias. La historia de la salvación es el relato de un programa ejecutado tenaz y magistralmente por el Equipo Divino, desde la creación del mundo hasta la redención y divinización del ser humano. Programa que exigió medidas extremas: el Padre donó al Hijo, el Espíritu Santo lo encarnó, y Él mismo se entregó.
En esta misma línea, el cumplimiento de la Trinidad es perfecto. En el tiempo establecido y del modo anunciado, todo sucedió según el plan divino. Dios es fiel a sus promesas (cf. Hb 10, 23). Ciertamente, Dios no tiene a quien rendirle cuentas; o, mejor dicho, se rinde cuentas a Sí mismo, con una exigencia infinitamente superior a la de cualquier instancia terrena, porque brota de su propia esencia: el Amor. Y no hay exigencia mayor que ésta.
Por último, el desempeño del Equipo Divino es sobresaliente. Cuando creó el universo, Dios calificó su desempeño: “bueno”; cuando creó al hombre se subió un poco la nota: “muy bueno”. Al final de la historia, cuando restaure todas las cosas y haya “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21, 1), constataremos que toda su obra es “excelente”. Y todo porque en Dios, por paradójico que parezca, no hay “ego” ni “status” que prevalezca sobre su proyecto. O mejor dicho, su Amor es su Ego. Y así también su felicidad –la única en realidad posible– es hacer felices a otros. Así se explica la Trinidad misma. Y así se explica también toda su obra. En palabras de san Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva”. aortega@legionaries.org; www.aortega.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal en Roma.
Alejandro Ortega Trillo
Dios es un misterio: tres Personas Divinas, pero no tres dioses, sino un solo Dios. Así de breve, y así de incomprensible. Más allá de las elucubraciones teológicas, el misterio de la Santísima Trinidad ofrece una clara lección: el valor de la unidad como secreto de toda fuerza, fecundidad y felicidad. Las investigaciones más recientes –como las de Patrick Lencioni– sobre el trabajo en equipo apuntan en esta dirección.
Se diría que el primer equipo de trabajo en absoluto ha sido y es Dios mismo. La Trinidad es un “Equipo” de Personas Divinas, de compromiso total y eficiencia infinita. La Trinidad no comete los “cinco errores” o disfunciones que, según Lencioni, suelen afectar a los equipos humanos. El hombre finge ser invulnerable y desconfía; teme conflictos y construye paces falsas y armonías superficiales; es ambiguo y no se compromete; tiende a la mediocridad y huye de la rendición de cuentas; es egoísta y antepone su bienestar al resultado global y al bien común.
Dios no conoce barreras. Entre el Padre y el Hijo no hay división alguna. La comunicación es plena y la sintonía, absoluta. Porque el Amor entre ellos es tan intenso y total, que resulta también Persona Divina: el Espíritu Santo. Él es el Vínculo indisoluble, la Transparencia recíproca, la Confianza mutua entre el Padre y el Hijo. También para el hombre, Dios abatió una barrera infranqueable: su invulnerabilidad divina. Por amor renunció a ella; se hizo vulnerable: se dejó herir por el pecado del hombre; y después, encarnado, se confió a la humanidad, hasta morir por ella.
Dios no teme conflictos. Ante todo, porque las Personas Divinas viven en un acuerdo permanente y total. La paz de Dios es imperturbable porque su unidad no es meramente “funcional” sino “vivencial”. Dios es “Vida en común” o, mejor, “Comunión”. Tampoco teme conflictos con sus creaturas. La Trinidad es Sociedad perfecta, pero no cerrada sino abierta; tanto, que no excluye de su Comunión al hombre. Más aún, es su sueño de siempre. Eso es la gracia. Lejos de pasar sólo por alto la indignidad del ser humano –sería una falsa comunión– lo transforma y eleva al rango divino para admitirlo así, por adopción, en la intimidad de su Comunión Trinitaria.
Dios no conoce la ambigüedad. Cuando decide algo, lo decide desde siempre y para siempre. En Él no hay titubeos; muchísimo menos, compromisos a medias. La historia de la salvación es el relato de un programa ejecutado tenaz y magistralmente por el Equipo Divino, desde la creación del mundo hasta la redención y divinización del ser humano. Programa que exigió medidas extremas: el Padre donó al Hijo, el Espíritu Santo lo encarnó, y Él mismo se entregó.
En esta misma línea, el cumplimiento de la Trinidad es perfecto. En el tiempo establecido y del modo anunciado, todo sucedió según el plan divino. Dios es fiel a sus promesas (cf. Hb 10, 23). Ciertamente, Dios no tiene a quien rendirle cuentas; o, mejor dicho, se rinde cuentas a Sí mismo, con una exigencia infinitamente superior a la de cualquier instancia terrena, porque brota de su propia esencia: el Amor. Y no hay exigencia mayor que ésta.
Por último, el desempeño del Equipo Divino es sobresaliente. Cuando creó el universo, Dios calificó su desempeño: “bueno”; cuando creó al hombre se subió un poco la nota: “muy bueno”. Al final de la historia, cuando restaure todas las cosas y haya “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21, 1), constataremos que toda su obra es “excelente”. Y todo porque en Dios, por paradójico que parezca, no hay “ego” ni “status” que prevalezca sobre su proyecto. O mejor dicho, su Amor es su Ego. Y así también su felicidad –la única en realidad posible– es hacer felices a otros. Así se explica la Trinidad misma. Y así se explica también toda su obra. En palabras de san Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva”. aortega@legionaries.org; www.aortega.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal en Roma.