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EXPECTATIVAS

5/4/2014

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EXPECTATIVAS
P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.

La decepción es una dura experiencia humana. Decepcionar es no cumplir expectativas. De hecho, según Stephen Covey, la forma más fácil de dañar una relación es crear expectativas y no cumplirlas.

Tal parece el caso de Jesús: generó expectativas y no las cumplió. Al menos no según nuestros parámetros. A veces sufre la fe porque ni Jesús ni sus seguidores han dado solución a los grandes males del mundo. Jesús multiplicó los panes, pero no erradicó el hambre; curó a muchos enfermos, pero no eliminó la enfermedad; postuló la paz, pero no acabó con la guerra; predicó la justicia, pero no canceló la injusticia ni la marginación social.

El domingo por la tarde, dos discípulos de Jesús caminaban de Jerusalén a Emaús. Iban lentos, tristes, cabizbajos. Por tres años escucharon a Jesús, vieron sus milagros, intuyeron la originalidad de su mensaje y se entusiasmaron con la idea de que era el Mesías esperado. Sin embargo, los dramáticos hechos del viernes anterior arrasaron sus expectativas. Siguieron paso a paso el proceso de Jesús: cómo las autoridades judías y romanas lo consignaron, condenaron y crucificaron. La muerte y sepultura de Jesús mató y sepultó también sus esperanzas. Mientras caminaban, se decían una y otra vez: “Nosotros esperábamos que Él sería el libertador de Israel”.

Cargados de melancolía, no percibieron la inesperada compañía de un forastero. Hasta que escucharon la pregunta: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”. Le respondieron: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido en estos días en Jerusalén?”. ¡Vaya que sabía! No hubo instante de esos días que no le dejara una marca, huella o herida. Pero el forastero insistió ingenuamente: “¿Qué cosas?”. Ellos dejaron la palabra a su tristeza.

Entonces empezó su labor el forastero. Citó las Escrituras. En la adversidad no hay mejor libro que la Biblia. Ella tiene palabras de vida y esperanza, y una eficacia intrínseca para sanar y consolar, iluminar y levantar. Narra la Historia que da sentido a toda historia y da la “clave de lectura” de todo lo que sucede permitiendo a la alegría abrirse paso en las más negras espesuras. Más tarde dijeron los discípulos: “Con razón nuestro corazón ardía mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras”.

El forastero no sólo sabía mejor que nadie lo que le había pasado a Él, sino también lo que les había pasado a ellos. Él no defraudó sus expectativas; más bien tenían expectativas equivocadas. Él no vino a ser un resuelve-problemas del mundo, sino un Salvador. Él no vino a librarnos de las inclemencias propias de esta vida –médicas, financieras, sentimentales, sociales–; vino a librarnos del pecado y de la muerte eterna, y a darnos los grandes principios para construir un mundo más humano. Dicho de otro modo, el Mal es tarea Suya; los males del mundo son tarea nuestra, aunque con su ayuda.

Con el corazón consolado, y no queriendo perder tan grata y transformante compañía, los discípulos hicieron la súplica más bella que jamás haya llegado a los oídos de Dios: “¡Quédate con nosotros!”. Según san Juan, Dios “vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Ahora, en cambio, los suyos le piden que se quede. ¡Y Él se queda! Y se deja reconocer en la fracción del pan, con una clara alusión a la Eucaristía.

          Jesús se les desaparece. Pero su corazón queda tocado para siempre con una alegría nueva, segura, expansiva. Ese tipo de alegría que también hoy es el signo inequívoco de la presencia de Dios en el alma. Y así como no hay peor tristeza que la de un corazón alegre, no hay mejor alegría que la inunda un corazón que estuvo triste. aortega@legionaries.org  Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor del libro Vicios y virtudes. Actualmente colabora en las oficinas generales de la Legión de Cristo y cursa estudios de especialización en Roma.

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