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QUIÉN SOY YO

8/24/2014

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QUIÉN SOY YO
Alejandro Ortega Trillo

Lo importante no es tener buenas respuestas sino hacer buenas preguntas. La gente inteligente hace preguntas inteligentes. Jesús, en el Evangelio, plantea una de esas preguntas: la de su propia identidad. Preguntarse “¿quién soy yo?” es la primera y más fundamental pregunta de la vida.

De hecho, es una pregunta que empezamos a responder en cuanto despertamos a la vida y nos vemos por primera vez en un espejo. Pero es también una pregunta interminable. La vida no alcanza para responderla. Nuestra identidad queda siempre abierta. Cada experiencia que vivimos, cada persona que encontramos, cada decisión que tomamos, cada camino que emprendemos algo le añade a nuestro ser, algo le quita o le pone, pero no nos deja iguales.

Anticipándose muchos siglos a filósofos y psicólogos, san Gregorio de Nisa afirmó: “Somos en cierto modo padres de nosotros mismos cuando, por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz”. Es otra manera de decir que cada opción incide en nuestra identidad y la configura, para bien y para mal.

Jesús preguntó a sus discípulos “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Tras escuchar varias opiniones, los interpeló a ellos más directamente: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Conocemos la respuesta de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Cabe, sin embargo –y vale la pena hacerlo–, invertir la cuestión y preguntarle a Cristo: “Y Tú, Señor, ¿quién dices que soy yo?”. Lo que Él piensa y dice de mí en su corazón tiene una eficaz fuerza creativa y renovadora.

La respuesta de Pedro esconde, en cierto modo, la misma respuesta que Jesús le daría a cada uno de nosotros. Empieza diciendo: “Tú eres el Mesías”; es decir, “tú eres el ungido por Dios”. La palabra hebrea “Mesías” se traduce al griego como “Cristo” y significa literalmente “ungido”; es decir, “consagrado con aceite”. En la antigüedad se ungía a los profetas, a los sacerdotes y a los reyes como signo de la asistencia divina para su misión. Cada cristiano bautizado es también un ungido, un “cristo” consagrado para ser profeta, sacerdote y rey; es decir, para enseñar a los demás con su palabra y su ejemplo; para dar culto a Dios con su vida, obras y trabajos; y para ejercer el dominio sobre sí mismo y sobre la parcela de la creación que le ha sido confiada.

La segunda parte de la respuesta de Pedro resulta aún más iluminadora: “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Nuestra verdadera identidad es ser “hijos de Dios”; no por naturaleza, como Jesucristo, sino por gracia, por adopción. Lo explica san Pablo en su carta a los romanos: “El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo” (Rm 8, 16–17). A veces olvidamos esta identidad y nos dejamos invadir por un espíritu de orfandad, tristeza y soledad, haciéndonos presa fácil del espíritu del mal, las pasiones desordenadas y las corrientes mundanas. Nuestro desafío y tarea es llegar a ser por virtud lo que ya somos por gracia: si somos “otros cristos”; si somos “hijos de Dios vivo”, ¡serlo también con nuestra vida! La conciencia de ser hijos de Dios debería llenarnos de una profunda autoestima e indefectible confianza. La tierna mirada de Dios debería ser el único espejo en que nos miremos para saber quiénes somos: hijos amadísimos del Padre. Con esta seguridad, si alguna vez Dios nos llevara al borde del acantilado –y a veces nos sucede en la vida–, confiaríamos en Él plenamente y nos dejaríamos empujar, seguros de que sólo una de dos cosas puede pasar: o Él nos sostiene en el vacío, o nos enseña a volar.

aortega@legionaries.org  Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente coordina la pastoral familiar del Regnum Christi y trabaja apostólicamente en Roma.


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