
RESUCITÓ EL AMOR
P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.
Desde anoche resuena en todas las iglesias un grito unánime: “¡Resucitó el Señor!”. El viernes vimos a Jesús exánime, colgado del más cruel de los maderos. Hoy, antes del amanecer, se iluminó la cueva fría y un aliento de vida estremeció las entrañas mismas de la tierra. Se movió la piedra y salió victorioso el Señor, habiendo matado a la misma muerte. Y es que la muerte no podía someter la Vida para siempre; ni las tinieblas apagar la Luz; ni el pecado derrotar la Gracia.
Viví esta semana con 42 familias de Monterrey misionando en Cuatro Ciénegas, Coah. No fuimos los únicos. Miles de familias, en México y otros países, visitaron cientos, quizá miles, de pueblos, comunidades y caseríos como misioneros del Amor jamás vencido. En todos los casos, el hecho unánime fue que muchos hogares se iluminaron, muchos corazones se abrieron, muchas sonrisas resucitaron.
Hoy resucitó el amor. Y con el amor resucitó la alegría: una alegría nueva para muchos; una alegría diferente a la que dan las compras, los buenos platillos o los destinos exóticos. La alegría pascual se instala en habitaciones más profundas y con estancias más prolongadas. Hoy resucitó el amor. Y con el amor resucitó la esperanza: una esperanza gozosa, capaz de desafiar las más negras tristezas; una esperanza luminosa, que llega hasta los ojos y los hace penetrantes para ver todas las cosas bajo una luz diferente: la luz de Cristo que todo lo resucita, que todo lo hace nuevo. Hoy resucitó el amor. Y con el amor resucitó la gracia. Desde ahora corre por venas humanas la vida misma de Dios. Él es fuego nuevo en el alma. Quema lo que es paja en nuestra vida y enciende hogueras que perduran.
Hoy resucitó el amor. Y con el amor resucitó todo lo que sí vale en la vida. En adelante, como dice san Pablo, busquemos “las cosas de arriba, no las de la tierra”. No nos conformemos con menos. Y sobre todo, como pide el Papa Francisco, “no huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase” (Evangelii gaudium, 3). No tengamos miedo. ¡Cristo ha vencido! Y su victoria es poder y fuerza para vencer –aunque sólo sea a través de su perdón– toda debilidad y miseria personal. En adelante, nadie puede darse por vencido frente al mal, la tristeza, el desaliento, la soledad o todo lo que sepa a muerte en nuestra vida. Es verdad que todo amor necesita un Calvario para nacer de nuevo. Si el amor cuesta, si hace crujir nuestros resortes interiores, recordemos que un amor paciente y sangrante siempre es capaz de trocarse en amor luminoso y triunfante.
Los misioneros dicen que fue una semana increíble. Con lágrimas en los ojos, en las tribunas libres relataron anécdotas y experiencias inusuales en su mundo de todos los días. Narraron las maravillas de Dios en muchas personas y en sus propias vidas. Muchos tocaron con sus manos carencias y necesidades que claman al cielo, y vieron cómo un poco de ayuda, sin ser la solución definitiva, despertó corazones sumidos en un sufrimiento hecho ya letargo. Pero sólo Dios sabe el verdadero bien que hicieron y lo que una experiencia como ésta dejará en su vida personal y en su familia entera.
El amor resucitado necesita ser comunicado. Y esto se hace amando, en lo concreto del día a día, en el desafío constante del darnos a los demás. Pero amando con un amor nuevo, resucitado. Los corazones nuevos son más resistentes, flexibles, elásticos. Aguantan más y se encogen menos. Ojalá que todos permitamos que este Amor resucitado prenda en nuestro corazón no una llama pasajera sino un fuego inextinguible, que perdure, que ilumine y dé calor a nuestra vida y a la de los demás. aortega@legionaries.org Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor del libro Vicios y virtudes. Actualmente colabora en las oficinas generales de la Legión de Cristo y cursa estudios de especialización en Roma.
P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.
Desde anoche resuena en todas las iglesias un grito unánime: “¡Resucitó el Señor!”. El viernes vimos a Jesús exánime, colgado del más cruel de los maderos. Hoy, antes del amanecer, se iluminó la cueva fría y un aliento de vida estremeció las entrañas mismas de la tierra. Se movió la piedra y salió victorioso el Señor, habiendo matado a la misma muerte. Y es que la muerte no podía someter la Vida para siempre; ni las tinieblas apagar la Luz; ni el pecado derrotar la Gracia.
Viví esta semana con 42 familias de Monterrey misionando en Cuatro Ciénegas, Coah. No fuimos los únicos. Miles de familias, en México y otros países, visitaron cientos, quizá miles, de pueblos, comunidades y caseríos como misioneros del Amor jamás vencido. En todos los casos, el hecho unánime fue que muchos hogares se iluminaron, muchos corazones se abrieron, muchas sonrisas resucitaron.
Hoy resucitó el amor. Y con el amor resucitó la alegría: una alegría nueva para muchos; una alegría diferente a la que dan las compras, los buenos platillos o los destinos exóticos. La alegría pascual se instala en habitaciones más profundas y con estancias más prolongadas. Hoy resucitó el amor. Y con el amor resucitó la esperanza: una esperanza gozosa, capaz de desafiar las más negras tristezas; una esperanza luminosa, que llega hasta los ojos y los hace penetrantes para ver todas las cosas bajo una luz diferente: la luz de Cristo que todo lo resucita, que todo lo hace nuevo. Hoy resucitó el amor. Y con el amor resucitó la gracia. Desde ahora corre por venas humanas la vida misma de Dios. Él es fuego nuevo en el alma. Quema lo que es paja en nuestra vida y enciende hogueras que perduran.
Hoy resucitó el amor. Y con el amor resucitó todo lo que sí vale en la vida. En adelante, como dice san Pablo, busquemos “las cosas de arriba, no las de la tierra”. No nos conformemos con menos. Y sobre todo, como pide el Papa Francisco, “no huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase” (Evangelii gaudium, 3). No tengamos miedo. ¡Cristo ha vencido! Y su victoria es poder y fuerza para vencer –aunque sólo sea a través de su perdón– toda debilidad y miseria personal. En adelante, nadie puede darse por vencido frente al mal, la tristeza, el desaliento, la soledad o todo lo que sepa a muerte en nuestra vida. Es verdad que todo amor necesita un Calvario para nacer de nuevo. Si el amor cuesta, si hace crujir nuestros resortes interiores, recordemos que un amor paciente y sangrante siempre es capaz de trocarse en amor luminoso y triunfante.
Los misioneros dicen que fue una semana increíble. Con lágrimas en los ojos, en las tribunas libres relataron anécdotas y experiencias inusuales en su mundo de todos los días. Narraron las maravillas de Dios en muchas personas y en sus propias vidas. Muchos tocaron con sus manos carencias y necesidades que claman al cielo, y vieron cómo un poco de ayuda, sin ser la solución definitiva, despertó corazones sumidos en un sufrimiento hecho ya letargo. Pero sólo Dios sabe el verdadero bien que hicieron y lo que una experiencia como ésta dejará en su vida personal y en su familia entera.
El amor resucitado necesita ser comunicado. Y esto se hace amando, en lo concreto del día a día, en el desafío constante del darnos a los demás. Pero amando con un amor nuevo, resucitado. Los corazones nuevos son más resistentes, flexibles, elásticos. Aguantan más y se encogen menos. Ojalá que todos permitamos que este Amor resucitado prenda en nuestro corazón no una llama pasajera sino un fuego inextinguible, que perdure, que ilumine y dé calor a nuestra vida y a la de los demás. aortega@legionaries.org Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor del libro Vicios y virtudes. Actualmente colabora en las oficinas generales de la Legión de Cristo y cursa estudios de especialización en Roma.