
Alejandro Ortega Trillo
El tema del infierno no está de moda. Pero el Evangelio –que es siempre “buena noticia”– habla de él con claridad. En un pasaje, Jesús menciona hasta tres veces el “lugar del castigo” con una breve pero escalofriante descripción: “donde ni el gusano muere, ni el fuego se apaga”.
En torno al infierno se han generado muchos mitos. Aquí señalo sólo tres de los más comunes. El primer mito es que el infierno no existe. La argumentación es muy sencilla: si Dios es tan bueno, ¿cómo pudo crear un lugar de castigo eterno para el hombre? Esta idea peca de simplista. Dios se toma muy en serio nuestra libertad. Y precisamente por eso nuestras decisiones y comportamientos son objeto de retribución, incluso eterna. “Yo, Yahveh –dice la Biblia–, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras” (Jer. 17, 10). Y san Pablo, al constatar la pésima conducta de no pocos de sus contemporáneos, los amonesta así: “Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada cual según sus obras” (Rm 2, 5–6). Por lo demás, cuando Jesús dice que es preferible “sacarse el ojo” o “cortarse la mano o el pie” que irse entero al “lugar de castigo”, está hablando de una realidad muy objetiva, ante cuya perspectiva vale la pena tomar opciones radicales.
El segundo mito es que el infierno existe, pero sólo en esta vida. Este mito se basa en la suposición –muy cierta, por lo demás– de que nuestras decisiones tienen repercusiones ya en esta vida, para bien y para mal. Todo se paga, todo se revierte, según aquello de que “Dios perdona siempre; el hombre, algunas veces; la naturaleza, nunca”. Ahora bien, esto no significa que no haya consecuencias ni retribuciones “en otra vida”. De hecho, en su descripción del infierno, Jesús no parece evocar un suplicio temporal: “donde ni el gusano muere, ni el fuego se apaga”.
Según algunos –y éste es el tercer mito–, el hecho de que la Iglesia insista tanto en el infierno no hace más que generar miedos y culpas innecesarias. No faltan personas que dicen haberse alejado de la Iglesia porque de niños “los traumaron” con la amenaza del infierno. Quizá ayude revisar lo que dice la Iglesia. El Catecismo –el libro oficial de la enseñanza de la Iglesia– dice que el infierno es un “estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados” (n. 1033). La palabra “autoexclusión” permite entender que se trata de una opción voluntaria. Dios no quiere la condenación de nadie. Pero quien se aferra voluntariamente al pecado mortal y muere en esa situación, se autoexcluye del cielo. Por otro lado, es interesante constatar que de los 2,865 números que componen el Catecismo, sólo cinco números (1033 - 1037) se dedican al tema del infierno. No parece, por tanto, que la Iglesia esté “obsesionada” o “insista demasiado” en la idea del infierno.
En el fondo, más que asustarnos, la enseñanza sobre el infierno debería ayudarnos a dar más seriedad a nuestras decisiones y actuaciones; y a considerar que existe la posibilidad real de no optar por el amor y de que esta opción se cristalice para siempre después de nuestra muerte. Por otro lado, la Iglesia también insiste –y mucho más– en el perdón que salva. Mi experiencia personal, no sólo como sacerdote sino también como cristiano que vive la experiencia del pecado y del perdón de Dios, me ha llevado a concluir que la Iglesia es, por un lado, muy firme en su enseñanza –no rebaja ni deja de decir lo que tiene que decir–; pero, al mismo tiempo, muy indulgente y generosa en la misericordia y el perdón. aortega@legionaries.org; www.aortega.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal en Roma.