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UNA CADENA HUMANA DE SALVACIÓN

11/1/2015

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UNA CADENA HUMANA DE SALVACIÓN
Alejandro Ortega Trillo


No siempre fueron exitosos, pero sí vencedores. No siempre fueron cultos, pero sí sabios. Más que poderosos, fueron resistentes. Más que fuertes, valientes. No fueron fiesteros, pero sí felices. No fueron celebridades, pero sí célebres. No fueron perfectos, pero fueron santos. 
La santidad no es una declaración canónica (la “canonización”) de parte de la Iglesia. Eso lo hace la Iglesia, ciertamente, como reconocimiento póstumo de quienes dieron un alto testimonio de fe mediante su martirio o la práctica heroica de las virtudes. En realidad, todos los que gozan ya de la presencia de Dios en el cielo son santos. La Iglesia no pretender canonizarlos a todos. Por eso dedica un día del año –el 1 de noviembre– a celebrar la conmemoración de todos ellos. Es la fiesta de los “santos desconocidos”. 
Cabe aclarar que la Iglesia no “adora” a los santos. Los venera, que es muy diferente. Esto significa que reconoce y aprovecha el ejemplo de su vida, el valor de su doctrina y el poder de su intercesión ante Dios. 
Ahora bien, la santidad se alcanza aquí abajo, en esta vida. Todos los santos fueron hombres de carne y hueso como nosotros, y pasaron normalmente por las mismas dificultades y tentaciones que nosotros, si no es que mayores. Para ser santos hay que ser realistas. Hay vidas privilegiadas; personas bendecidas con gracias extraordinarias. Aún así, las leyes básicas de la santidad aplican igual para todos. Porque la santidad –que parte siempre de Dios como fuente de toda gracia– comporta una colaboración humana permanente, un empeño no carente a veces de incoherencias y contradicciones. Un santo bien conocido, Pablo de Tarso, expresó así su experiencia: “Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?” (Rm 7, 15-24). La respuesta le viene dictada de lo alto: “Te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”. Así, Pablo llega a afirmar con absoluta contundencia: “Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2 Cor 12, 9).
¿Puedo yo ser santo…? Yo, que soy tan sensual; yo, que soy tan iracundo; yo, que soy tan miedoso… Nuestras limitaciones pueden ser obstáculo de la santidad sólo en la medida en que nos dejamos condicionar por ellos. Porque para Dios no son ningún problema. Basta repasar el elenco de personajes de la Biblia que Rick Warren cita en su libro Una vida con propósito: “Abraham era muy viejo; Jacob era inseguro; Lía era fea; José fue abusado; Moisés era tartamudo; Gedeón era pobre; Sansón era codependiente; Rajab era una prostituta; David tuvo una amante y todo tipo de problemas familiares; Jeremías tenía depresión; Jonás era un rebelde; Noemí era viuda; Juan el Bautista era un excéntrico, por decir lo menos; Pedro era impulsivo; Martha era una preocupona; la samaritana tuvo cinco matrimonios fracasados; Zacarías era impopular; Tomás tuvo dudas; Pablo tenía un carácter muy difícil; Timoteo era muy tímido…”. Cada uno de ellos, no obstante sus dificultades y miserias, fue un eslabón importante en la historia de la salvación. Y no pocos están en la lista de los grandes santos. 
Dios sigue necesitando nuevos eslabones de su historia de salvación. Necesita hombres y mujeres que, no obstante sus debilidades y limitaciones, se presten a su gracia para ser parte de la gran cadena humana de la salvación y, de paso, ser así felices. Porque, como bien decía Juan XXIII: “Sólo existe una única tristeza: la de no ser santos”. aortega@legionaries.org; www.aortega.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal en Roma.

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